17.7.08

Menos es más

Este es el tipo de ayuda que necesito: ayuda práctica, con humor y al grano para los que dirigimos adoración litúrgica cada domingo. Los anuncios se han convertido para mí en una bestia indomable. ¿Alguien allá afuera en la blogósfera quisiera compartir sus recomendaciones o ideas al respecto?

14.7.08

Yo soy tuyo

Para los amantes del reggaetón. ¡Disfrútalo!

6.7.08

Let's go on a drive


Let’s go on a drive
you and I.
Let’s go on
and save some lives.
For life we share
that we may give
what’s freely given
you and me.
Drip by drip,
hung on a cross
his life transposed
onto our souls
that we may give
what we’ve received.
A precious gift
to save them all.

Entre la espada y la pared

7mo domingo después de Pentecostés
29 junio 2008

Cuenta la historia real de un joven alpinista estadounidense de 27 años llamado Aron Ralston que decidió pasar una semana de vacaciones haciendo lo que más le gustaba – escalar montañas. Le fallaron los colegas con los que pensaba ir, pero confiado en su experiencia de montañismo en solitario, cambió el destino programado por otro que conocía – el Cañon Blue John, en el estado de Utah, y sin pensarlo dos veces cogió su camioneta pick-up y se puso en marcha. Con la pick-up discretamente aparcada tras unos matorrales, inició una de las salidas del día -pensaba regresar a dormir a la pick-up- con una pequeña mochila, con lo básico inició su excursión dentro del cañón.[1]

Al cabo de un par de horas, en un movimiento rutinario para salvar un paso estrecho –de apenas un metro- en el que había una gran roca, saltó sobre ella, y al deslizarse por el otro lado, la roca -800 libras, unos 360 kilos- también se deslizó, atrapándole el antebrazo derecho, justo por debajo del codo. Según ha descrito el propio Aron no fue especialmente doloroso ese momento. Una sensación de presión fuerte y firme. “¡Vaya; que tontería! ¡Una maniobra sencilla, sin ningún riesgo, repetida miles de veces, y que se complica!”; Intentó liberarse… pero pronto se dio cuenta de que no iba a ser posible. Estaba seriamente atrapado.[2]

Pasaron 2, 3, 4 días con sus noches de pesadilla, falta de sueño, frío, deshidratación, pensamientos erráticos… y esa lucidez que da estar al borde de la locura. Mientras tuvo energía, Aron tuvo la sangre fría de grabar en video sus reflexiones, su situación, sus pensamientos… pensando en dejarlos como último legado a quien –algún día- encontrara sus restos momificados en el fondo de ese cañón. Porque estaba claro a medida que pasaba el tiempo y el fin de semana que nadie iba a pasar por allí entre semana, y tenía la certeza de que no viviría mucho más. Ya era milagroso que hubiera sobrevivido 5 días pegado a ese muñón de brazo que ya empezaba a apestar, gangrenado, podrido y apestoso… ¡Esa era la clave! ¿Para qué quería un brazo que ya estaba perdido más allá de cualquier posibilidad de restauración quirúrgica?[3]

Aron decidió que no quería seguir pegado a aquel despojo ya muerto… y que no quería acabar así. El instinto de supervivencia tomó el control. Tras apretar un torniquete con la mano izquierda y la cuerda de escalada, con su navaja multi-herramientas empezó a cortar, piel, músculo, tendones, nervios (con los alicates)—descubriendo una nueva dimensión al dolor—hasta llegar a los huesos que tuvo que romper haciendo palanca con su propio peso.[4]

Fue así que Aron logró liberarse y ser rescatado de una situación que bien podemos describir como encontrarse entre al espada y la pared. Aron tuvo que eligir entre la vida y la muerte al hallarse atrapado bajo una roca de 800 libras.

Quizás nosotros no hayamos pasado por una experiencia similar a la de Aron; una experiencia que nos haya puesto en tal extremo que tuviésemos que decidir entre nuestra propia vida o nuestra propia muerte. O lo que es peor aun, decidir entre la vida y la muerte de otra persona.

Durante los últimos domingos hemos estado estudiando la vida de Abraham, el padre de la fe. A la altura de la lectura que tenemos para hoy en el libro de Génesis, Abraham ha pasado por varias experiencias que indican que Dios lo está preparando para establecerlo como lo que significa su nombre, padre de muchas naciones. Hemos visto cómo Dios lo llama siendo viejo y con una esposa estéril para prometerle que su descendencia será innumerable. Al pasar de los años, Abraham y Sara toman el cumplimiento de la promesa de Dios en sus manos y nace Ismael, hijo que le nace a Abraham de Agar, esclava de Sara. Esta situación se convierte al fin y al cabo en una situación muy dolorosa ya que Dios aprueba el reclamo de Sara a Abraham de que despida a su hijo Ismael y a su esclava.

La promesa de Dios para Abraham no será cumplida por medio de Ismael; ese hijo tiene que desaparecer del plan de Dios para Abraham. Esa de por si es una situación que podríamos calificar como encontrarse entre la espada y la pared. Aun así, Abraham no se ha enfrentado al mayor reto de su vida.

Ese reto llegó con la lectura que tenemos hoy en el libro de Génesis. La Biblia contiene de principio a fin una cantidad de relatos sumamente interesantes, pero el relato al que nos enfrentamos hoy desafía nuestros instintos naturales y aun nuestra imaginación. Hoy, el mismo Padre celestial pone a Abraham entre la espada y la pared como nunca antes.

De manera natural, nosotros los seres humanos tendemos a la preservación de nuestra especie. Claro, que debido a nuestra naturaleza pecaminosa también tenemos tendencias para la autodestrucción, pero en general, debido a la ley natural que Dios imprimió en la creación y en el corazón del hombre, nos inclinamos hacia la preservación y protección de nuestra especie. De ahí, que los padres cuiden de los hijos y procuren lo mejor para ellos. Y esa es precisamente, la circunstancia de Abraham – padre al que ya entrado en años Dios lo bendice con el hijo prometido. Es de esperar que Abraham cifre todas sus esperanzas de tener la descendencia que Dios le ha prometido en su hijo Isaac y mucho más cuando Dios le ha pedido que despida a su hijo mayor, Ismael. Para mí no hay duda de que Abraham es un padre que ama a Isaac como muchos padres amarían también, con todo su corazón. Pero la situación de Abraham es peculiar debido a las circunstancias milagrosas bajo las que nace Isaac. No podemos olvidar que Sara la madre de Isaac no podía tenerlo ya que ella era estéril.

Isaac es el hijo de la promesa. Es el cumplimiento en carne y hueso de lo que Dios le había dicho a Abraham que sucedería y no se lo dijo una vez sino que se lo dijo en repetidas ocasiones. Por ejemplo,

“Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti (o sea, en tu descendencia) serán bendecidas todas las familias de la tierra!” Génesis 12: 2,3

Luego el Señor lo llevó afuera y le dijo: “Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!” Abram creyó al Señor, y el Señor lo reconoció a él como justo. Génesis 15:5

Al oír que Dios le hablaba, Abram cayó rostro en tierra, y Dios continuó: “Éste es el pacto que establezco contigo: Tú serás el padre de una multitud de naciones. Ya no te llamarás Abram, sino que de ahora en adelante tu nombre será Abraham, porque te he confirmado como padre de una multitud de naciones. Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones. Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes. A ti y a tu descendencia les daré, en posesión perpetua, toda la tierra de Canaán, donde ahora andan peregrinando. Y yo seré su Dios. Génesis 17: 3-8

En cambio, Dios hoy parece atentar contra su propia palabra. El hijo de la promesa, al que Abraham vio nacer de su propia esposa Sara y a quien él cargó en sus brazos, a quien le besó la frente y le ha visto crecer, se ve amenazado por nadie más ni nadie menos que el cumplidor de la promesa, Dios mismo.

Pasado cierto tiempo, Dios puso a prueba a Abraham y le dijo: “¡Abraham!” “Aquí estoy” respondió. Y Dios le ordenó: “Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré.” Génesis 22: 1,2

¿Qué pretende Dios al probar a Abraham de esta manera? ¿Qué persigue el Señor al pedirle a un padre que haga algo que va contra su instinto natural? ¿Cuál es el fin, el propósito, de la prueba que enfrenta Abraham? Sin duda alguna, Abraham se haya entre la espada y la pared. Hay varios pasajes en la Biblia que nos hablan de la prueba de nuestra fe, de eso que llamamos encontrarse entre la espada y la pared espiritualmente hablando. El apóstol Pedro lo explica de esta manera,

El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele. 1 Pedro 1:7

La fe para mostrarse fe tiene que ser probada como el oro es probado por fuego para mostrarse oro al fin y al cabo. El fuego tiene la capacidad de destruir, pero también tiene la capacidad de purificar. Nada menos que el fuego demostrará la calidad del oro. Y así, la prueba es el medio a través del cual Dios nos purifica para que nuestra fe sea aprobada delante de el. Cuando el señor nos prueba como lo hizo con Abraham sabremos si nuestra fe en el Señor es verdadera.

El apóstol Santiago también nos dice en su carta,

Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Santiago 1: 2,3

La prueba es parte de nuestro crecimiento como cristianos. Nosotros no llegamos a tener una fe madura en el Señor sin pasar por el fuego de las diferentes pruebas que el Señor nos envía para que confiemos cada día más en él. Uno de los frutos de una fe madura es la paciencia, como dice el apóstol Santiago.

Abraham no hubiese podido pasar la prueba a la que Dios lo sometió sin antes haber pasado por todas las experiencias a las que el Señor lo sometió. Abraham tenía todo el derecho de aferrarse al hijo prometido, al hijo que Dios le había dado en su vejez. En cambio, porque él se encontraba en un punto en su vida en el que su fe ya había sido probada y su confianza en Dios había crecido, Abraham partió con su hijo Isaac para hacer lo que Dios le había pedido, sacrificar a su hijo amado. Así dice la palabra,


Abraham se levantó de madrugada y ensilló su asno. También cortó leña para el holocausto y, junto con dos de sus criados y su hijo Isaac, se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado. […] Cuando llegaron al lugar señalado por Dios, Abraham construyó un altar y preparó la leña. Después ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.10 Entonces tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo,11 pero en ese momento el ángel del Señor le gritó desde el cielo: —¡Abraham! ¡Abraham! —Aquí estoy —respondió. —No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño —le dijo el ángel—. Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo. Abraham alzó la vista y, en un matorral, vio un carnero enredado por los cuernos. Fue entonces, tomó el carnero y lo ofreció como holocausto, en lugar de su hijo. Génesis 22: 3, 9-13

La Biblia también dice que Dios no nos someterá a pruebas que nosotros no podamos soportar.[5] El ejercicio de nuestra fe se da en la obediencia a Dios. En la obediencia a Dios es que obtenemos la gracia para enfrentar y soportar la prueba. Abraham se encontró en un momento en su vida en que él sabía que aun en la muerte de su hijo Isaac Dios cumpliría su promesa. Ciertamente, él no sabía cómo, pero sí sabía porque tenía fe que Dios era poderoso para levantar a su hijo Isaac aun de entre los muertos.[6]

Esta historia de encontrase entre la espada y la pared en la vida de Abraham refleja que no sólo somos nosotros los que nos encontramos en situaciones difíciles que probarán nuestra fidelidad y amor a Dios sobre todas las cosas, sino que también refleja una historia más grande que la de cualquier prueba que nosotros podamos sufrir.

Es el Padre celestial, quien impidió el sacrificio de Isaac, quien también sacrifica a su único hijo amado para salvarnos. Podemos decir que nuestro propio Dios no nos hace pasar por cosas que él mismo no este dispuesto a pasar. Tal es el grado de identificación de nuestro Dios con su creación. Es ahí donde la encarnación de Jesucristo se nos revela claramente. Dios no solo se identificó con nuestros dolores, pruebas y sufrimientos sino que los tomó sobre sí mismo como nadie nunca hubiera podido. Y esto lo hizo nuestro Señor para acercarnos a él y salvarnos de nuestro pecado. Dios mismo se halló, como el joven de la historia que relatamos al principio, entre la espada y la pared.

Dios sabe lo que es sentirse en situaciones que muchas veces no tienen sentido para nosotros, lo sabe muy bien porque él mismo tuvo que entregar a su hijo. Ese Dios que sufrió la prueba de perder a su propio hijo es el mismo Dios que nos fortalecerá en medio de nuestra prueba para que como Abraham seamos hallados aprobados luego de la misma. Amén.

Dios todopoderoso, has edificado tu Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y profetas siendo Jesucristo mismo la piedra angular: Concédenos que estemos unidos en espíritu por su enseñanza, de tal modo que lleguemos a ser un templo santo aceptable a ti; por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


[1] Entre la espada y la pared. http://aventurasinriesgo.blogspot.com/2007/05/entre-la-espada-y-la-pared.html

[2] Idem.

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] 1 Corintios 10:13

[6] Hebreos 11:19