26.3.08

Cristo resucitó y la tierra tembló

Pascua 2008

El penúltimo capitulo del evangelio según San Mateo, el capítulo 27, narra que “Jesús dio otra vez un fuerte grito, y murió. En aquel momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló, las rocas se partieron y los sepulcros se abrieron; y hasta muchos hombres de Dios, que habían muerto volvieron a la vida.” La muerte de Cristo fue un evento singular. A simple vista no lo parecería porque con Cristo fueron crucificadas otras dos personas. Los romanos hacían crucifixiones por jugar. Era un acto común en tiempos de Jesús. Claro, no dejaba de impactar a los videntes porque la crueldad del acto era demasiada, pero no dejaba de ser un evento ordinario a la vista de los transeúntes.

A pesar de eso la manera en que la Biblia cuenta como sucedió la crucifixión y, en particular, la muerte de Jesucristo llaman la atención debido a las señales que rodearon la muerte del Mesías. Para empezar, el velo del templo se rasgó. Eso de por sí es sumamente significativo porque daba a entender de plano que Cristo había roto el antiguo sistema que controlaba el acceso al Padre. Pero no sólo se rasgó el velo del templo; también tembló la tierra y las rocas se partieron. Además de eso, las tumbas se abrieron y muchos volvieron a la vida.

La potencia con que ocurrió la muerte de Cristo, la fuerza y el poder del momento en que expiró provocaron una reacción violenta en la naturaleza sin igual en la historia. Generalmente, la muerte es vista como la victoria sobre la vida, pero Cristo, en su muerte, viró la tortilla. Con su muerte Cristo manifestó irónicamente señales de vida.

A la muerte de un hombre, las tumbas de muchos hombres santos se abrieron, literalmente. ¿Cuándo se había escuchado cosa igual? ¿Que al preciso momento de la muerte de Cristo, otros que habían sido ya enterrados no fueran retenidos por sus tumbas? En efecto, ese mismo fue el propósito de la muerte de Cristo; que por medio de ella nosotros tuviésemos vida, no muerte. Cristo expiró, las tumbas se abrieron y la tierra tembló.

Desde Adán, la muerte fue la herencia de la humanidad. Desde Cristo, la vida es la herencia de aquellos que renuncian al pecado para hallar salvación en él. ¿Acaso no dice la Escritura que “de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no muera mas tenga vida eterna? La violencia de la muerte de Cristo radica en que él murió y la tierra literalmente tembló.

Pero a pesar de lo extraordinario que fue, Cristo no tuvo su fin con su muerte en la tierra de los que mueren. Sería natural pensar eso. Su muerte cambió nuestro destino eterno, pero eso no fue todo.

El Evangelio según San Mateo no culmina su historia con la muerte de Cristo. El evangelio del día de hoy continúa contándonos otra historia aún más extraordinaria que la muerte de Cristo.

Si Cristo murió y la tierra tembló, la historia continúa diciendo en el evangelio de hoy que luego su resurrección, la tierra también tembló. El verso dos del último capítulo de Mateo dice que “hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella.” Si a la muerte de Cristo le siguieron varias señales sobrenaturales, en la mañana de su resurrección también ocurrieron varias señales sobrenaturales.

Lo primero que escuchamos es que hubo un gran terremoto. Si la muerte de Cristo violentó las leyes de la naturaleza, su resurrección también violentó las leyes de la naturaleza. Cuando el ángel del Señor desciende y mueve la piedra que cerraba la tumba nos damos cuenta que Cristo no está en ella. Cristo no necesitaba mover la roca que cerraba su tumba para salir de ella. No hay tumba humana que pueda retener a aquel que con su muerte venció a la muerte. Cristo no estaba en la tumba donde fue puesto.

Hay algo muy interesante que demuestra el poder de Cristo sobre la muerte y es lo que el ángel que descendió del cielo hizo. No hay una señal mas contundente de que Cristo venció la muerte que la de ver a su ángel mover la piedra a la entrada de la tumba vacía en la que él había sido enterrado. Y no solamente mover la piedra; una vez el ángel mueve la piedra, ¿saben qué hace? ¡Se sienta en ella! Estas acciones reflejan que contrario a lo que los humanos pensamos acerca del poder de la muerte está lo que Cristo piensa acerca del poder de la muerte, y eso es lo siguiente, “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Corintios 15:54,55)

En la Biblia, los que se sientan están asociados con tronos y poder. Son reyes y jueces, y Cristo es ambos. Nos dice la carta a los colosenses, la segunda lectura para hoy, que ya que hemos sido resucitados con Cristo, debemos buscar “las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.” (Colosenses 3:1)

Si la tumba estaba vacía, ¿qué necesidad había de abrirla? Cristo se iba a aparecer de todos modos a sus discípulos. Sin embargo, era necesario abrir la tumba para testimonio a las mujeres que fueron al sepulcro esa mañana. El ángel les dijo, “No tengan miedo. Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado. No esta aquí, sino que ha resucitado, como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron.” Ese lugar donde habían puesto a Jesús estaba vacío. Ese lugar donde habían puesto a Jesús permanece vacío. Cristo resucitó y la tierra tiemblo. La naturaleza sintió el poder de su resurrección.

Pero Cristo no murió y resucito por la naturaleza; él lo hizo por nosotros. El resultado directo de la resurrección de Cristo es también nuestra resurrección, prometida a nosotros por su victoria sobre la muerte. Si tenemos la promesa de resucitar con Cristo, la palabra nos exhorta a que pensemos “en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues hemos muerto y ahora nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cristo mismo es nuestra vida. Cuando él aparezca, nosotros también apareceremos con él y tendremos parte en su gloria.” (Colosenses 3:2-4)

Esto me recuerda la historia de un mendigo que vivía en Paris. Cuenta la historia que el mendigo sucio y maloliente tocaba un viejo violín. En el suelo frente a él estaba su boina, con la esperanza de que los transeúntes se apiadaran de su condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a casa. El pobre hombre trataba de sacar una melodía, pero era del todo imposible identificarla debido a lo desafinado del instrumento, y a la forma displicente y aburrida con que tocaba ese violín.

Un famoso concertista, que junto a unos amigos salía de un teatro cercano, pasó frente al mendigo. Todos arrugaron la cara al oír aquellos sonidos tan discordantes. El concertista echó una mirada a las pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer algo. Le solicitó el violín. Y el mendigo musical se lo prestó con cierto recelo. Lo primero que hizo el concertista fue afinar sus cuerdas.


Y entonces, vigorosamente y con gran maestría arrancó una melodía fascinante del
viejo instrumento. Los amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron
a arremolinarse para ver el improvisado espectáculo. Al escuchar la música, la gente de la cercana calle principal acudió también y pronto ha
bía una pequeña multitud escuchando arrobada el extraño concierto. La boina se llenó no solamente de monedas, sino de muchos billetes de todas las denominaciones. Mientras el maestro sacaba una melodía tras otra, con tanta alegría. El mendigo musical estaba aún más feliz de ver lo que ocurría y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso a todos: “¡¡Ese es mi violín!! ¡Ese es mi violín!”. Lo cual, por supuesto, era rigurosamente cierto.

Se puede decir que nuestra condición era tanto la del mendigo como la del violín ya que ambos sufrieron una gran transformación. Pero yo prefiero decir que nuestra condición se asemejaba más a la del violín ya que el instrumento en las manos del mendigo estaba prácticamente muerto. Pero en las manos del maestro el violín resucitó. No fue hasta que el maestro concertista puso sus manos en el violín que se supo que ese instrumento tenía vida. El toque del concertista hizo la diferencia. Cristo es ese maestro concertista que nos da la vida que nosotros no podemos darnos a sí mismos. Es más, Cristo es quien nos levanta de nuestra muerte para sentarnos con él en su reino. Gracias a que él resucitó nuestra vida se ha convertido en una melodía para él y para el mundo. Cristo resucitó y la tierra tembló al son de:

¡Aleluya! Cristo ha resucitado.

¡Es verdad! El Señor ha resucitado. ¡Aleluya!

Amén.


17.3.08

Humillación y humildad llevan a la exaltación y gloria

Domingo de Ramos 2008

Recuerdo que para los años ochenta llegó a las salas de cine la película E.T. o el Extra-Terrestre. Esa película trataba obviamente de un ser extraterrestre que fue dejado atrás en la tierra por sus compañeros extraterrestres tras una visita a la tierra. La película es aún hoy día muy famosa ya que no solamente el personaje E.T. es un personaje al que no era difícil tenerle cariño sino que hay una frase por la que el personaje y la película son muy recordados. Esa frase es, “E.T. phone home!” (E.T. llamar a casa.)

Lo interesante de esa película es que el extraterrestre a pesar de haberse quedado en la tierra continuó siendo un extraterrestre. Su aspecto físico no cambió, su corazón no cambió y a fin de cuentas su propósito era reunirse con los suyos, no quedarse en la tierra ya que él ni pertenecía a esta y mucho menos se sentía parte de ella. El lugar que él consideraba casa no era el lugar que nosotros consideramos casa. Su casa según la película da a entender era un planeta en alguna galaxia lejana y al final de la película los extraterrestres regresan para recoger a E.T. y llevarlo a casa porque la tierra no era el lugar donde él pertenecía. E.T. fue de principio a fin un extraterrestre.

Hoy es Domingo de Ramos, el 6to domingo de Cuaresma. Hoy comienza la Semana Santa para la Iglesia Cristiana en todo el mundo. Durante los próximos seis días incluyendo el día de hoy la iglesia de Cristo recuerda vívidamente la pasión, muerte y victoria sobre la muerte de Cristo Jesús nuestro Señor. Las últimas cinco semanas han servido para prepararnos para los eventos de esta semana.

Si la Semana Santa fuera una película (y por cierto muchos de nosotros podemos recordar año tras año durante nuestra niñez la cantidad de películas religiosas que se transmitían por la tele durante la Semana Santa) el personaje principal sería sin duda alguna Jesucristo.

Jesucristo, así como E.T., fue un ser extraterrestre. El existió mucho antes de la creación en un lugar muy distinto al nuestro que podríamos llamar el “planeta cielo”. Pero a diferencia de E.T., Cristo no solamente vino voluntariamente a la tierra sino que se quedó voluntariamente en la tierra por treinta y tres años. Lo asombroso de Cristo no es que haya venido a la tierra y haya vivido en la tierra por una cantidad relativamente larga de tiempo. Lo asombroso de Cristo radica en que él haya venido a la tierra como uno de nosotros.

En la película, como película al fin, E.T. no tiene ninguna otra opción sino la de ser un extraterrestre de principio a fin. Llegó como extraterrestre a la tierra. E.T. no se convirtió en uno de nosotros. E.T. fue un extraño en una tierra extraña y como extraterrestre se fue de esta tierra al final de la película. Cristo se hizo semejante a nosotros e hizo de esta tierra, que resultaría muy extraña para un ser divino, su casa. La película de E.T. no nos dice cuál fue la misión del extraterrestre más allá de hacer contacto con los terrícolas. Sin duda alguna, E.T. es una historia de ficción muy entretenida que demuestra nuestra fascinación con la vida extraterrestre.

Ahora, ¿qué puede haber en un ser extraterrestre para dejar su vida extraterrestre y convertirse en terrestre? ¿Qué motivos pueden existir en lo íntimo de ese ser para dejar la comodidad y seguridad de una existencia ajena a todo lo terrenal y entrar en un terreno de juego totalmente hostil y contrario a su intervención a favor nuestro? Esas razones, y por cierto razones muy reales a diferencia de la película del Extraterrestre, que trajeron a Cristo a nuestra tierra son obvias. Esas razones somos tú y yo. Nosotros los terrícolas por causa de nuestro pecado hicimos que Dios el Padre enviara a su hijo, sin pecado, para que fuésemos hechos inocentes. Como dice la Biblia en 1ra de Corintios, “Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo trato como al pecado mismo, para así, por medio de Cristo, librarnos de culpa.”

El acto de hacerse humano, como uno de nosotros, fue un acto de gran humildad y soberana humillación para Cristo. Hoy, esa humildad es la que está reflejada en la entrada de Cristo a Jerusalén cuando él monta un asno sin gracia alguna y entra siendo proclamado rey por boca de los judíos. Un asno sin velocidad y sin altura a diferencia de un caballo que seria un animal más apropiado para un evento como la entrada de un rey a su ciudad.

La epístola de San Pablo a los Filipenses explica la manera de pensar de Cristo al hacerse hombre. Dice San Pablo en el capítulo dos de su carta a la iglesia en Filipos que “aunque Cristo era de naturaleza divina, [él] no insistió en ser igual a Dios, sino que hizo a un lado lo que le era propio y tomando naturaleza de siervo nació como hombre.” ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a echar de un lado lo que nos es propio para convertirnos en algo que no somos? Más aún, ¿cuántos de nosotros haríamos eso por otros? ¿Dejar lo que nos pertenece y asumir lo que nos es totalmente “desconocido” en bienestar de otros? Ese es el corazón de la humildad.

La humildad es uno de los frutos del Espíritu Santo. Hay varias definiciones que se pueden dar de este fruto del Espíritu. Entre ellas podemos decir que la humildad es “una cualidad por la que una persona considerando sus defectos tiene una modesta opinión de sí misma, y se somete voluntariamente a Dios y a los demás por Dios.” Otra definición dice que la humildad es "una virtud por la que un hombre, conociéndose a sí mismo como realmente es, se rebaja". Y aún otra dice que "la virtud de la humildad consiste en mantenerse dentro de los propios límites sometiéndose a la autoridad superior sin intentar alcanzar aquello que está por encima de uno."

Al leer escuchar estas definiciones, ¿acaso no describen completamente lo que Cristo hizo por nosotros? Y si describen lo que Cristo hizo por nosotros, ¿no será que acaso están describiendo a Cristo mismo? San Pablo continúa diciéndoles a los filipenses que Cristo, “al presentarse como hombre se humilló a sí mismo, y por obediencia fue a la muerte, a la vergonzosa muerte en la cruz.” Cristo asumió una posición inferior a su suya y se sometió obedientemente por amor a los suyos, quienes debían ser los sometidos y humillados.

Esta Semana Santa comienza mostrándonos la humildad de Cristo en su entrada a Jerusalén y su humillación en la manera de su muerte en la cruz. Y comienza con esto para que sepamos que es en la humildad en donde seremos exaltados. Y que es cuando nos humillamos que Dios nos levanta.

San Pablo describe el resultado de la humillación de Cristo con estas palabras, “Por eso Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres para que al nombre de Jesús, doblen la rodilla todos los que están en los cielos y en la tierra, y debajo de la tierra, y todos reconozcan que Jesucristo es el Señor, para honra de Dios Padre.”

Cristo hizo por nosotros en un estado de completa humildad y humillación el más grande regalo que Dios puede otorgar a los hombres, la reconciliación con él. Esta Santa Semana comienza llevándonos al corazón del evento más grande en la historia de la humanidad, la redención de Jesucristo a favor de los hombres. Para lograrlo, Cristo vino y se hizo como uno de nosotros, vulnerable y humilde, para que nosotros pudiéramos acercarnos a Dios. Su resultado fue glorioso y gracias a él el nuestro también. Por eso nuestras rodillas se doblan ante él. Si imitamos a Cristo en su humillación y humildad ante los hombres Cristo también nos exaltará con él.

Hoy en el comienzo de esta semana, no permitamos que los eventos que ocurrieron en beneficio nuestro hace mucho pasen desapercibidos. Contemplemos y meditemos en lo que Cristo ha hecho por su gran amor hacia nosotros. Humillémonos delante de él reconociendo que nuestra redención viene de él porque él es el Señor. Así como Cristo se humilló y fue exaltado, en nuestra humillación y humildad ante Cristo estará también nuestra exaltación y gloria. Amén.

11.3.08

Venciendo la tentación

1er domingo de Cuaresma 2008

“Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron.” Romanos 5:12

El apóstol Pablo nos habla en su carta a los romanos de Adán y de Cristo, del primer Adán y el segundo Adán. Pablo habla de la transgresión de Adán. Adán quebrantó el mandato de Dios y por su culpa entró el pecado al mundo. Una sola transgresión trajo como consecuencia la muerte para toda la humanidad. Un solo acto cometido por un solo hombre se convirtió en la muerte de todos. La Biblia dice que al Adán pecar, todos pecaron ya que todos descendemos de él.

Sin embargo, Pablo también dice que así como el solo acto de un hombre trajo como consecuencia la muerte de todos, el acto de otro hombre trajo como consecuencia la gracia de Dios. Así como Dios nos dio un primer Adán cuya desobediencia nos separó de él, ese mismo Dios también nos proveyó de un segundo Adán para que pudiéramos vivir y acercarnos nuevamente a él. Pablo dice que el primer Adán nos ganó la muerte, pero que el segundo Adán nos ganó la vida. Lo que el primer Adán no pudo lograr gracias a su desobediencia, el segundo Adán lo pudo lograr porque se sometió a la obediencia.

El primer Adán provocó una multitud de transgresiones, pero el segundo Adán obtuvo el perdón para esa multitud de transgresiones. La palabra de Dios nos está diciendo que de la mano de un hombre vinieron todos los males que nos rodean y que tienen como consecuencia la muerte no sólo física sino también espiritual del hombre, pero que de la mano de otro hombre vino el perdón de Dios para los mortales.

El contraste no puede ser más claro: el primer Adán es igual a muerte y el segundo Adán es igual a vida.

La primera lectura del día nos revela cómo fue que llegamos a los resultados provocados por Adán. De todas la historias del Antiguo Testamento, quizás la más famosa es la historia de Adán y Eva en el jardín del Edén.

Dios no solo les da una casa a Adán y a Eva sino que también les da con ella todo lo que necesitan para comer. Adán y Eva tienen albergue y tienen comida. Las dos necesidades básicas del hombre Dios las proveyó al poner a Adán y a Eva en el jardín del Edén. Adán y Eva no tenían escasez de nada. A pesar de eso, Dios les había dado solamente una exigencia, no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Todo árbol del huerto estaba a su disposición excepto el árbol del conocimiento del bien y del mal.

Es en ese momento que entra en escena un personaje real que intenta subvertir lo que Dios a hecho en su creación. La lectura de Génesis se refiere a ese personaje como la serpiente que es nadie más ni nadie menos que Satanás.

Dado el papel que jugó Satanás en la historia de la creación y a juzgar por los resultados en realidad no sería muy difícil creer en su existencia. De todos modos, hay personas que lo consideran un gran mito de la religión cristiana. El escritor CS Lewis abre la introducción de su libro Cartas a un demonio novato con las siguientes palabras,

“Hay dos errores iguales y opuestos en los que podemos caer en cuanto a los demonios. Uno consiste en no creer absolutamente en su existencia. El otro es creer, y sentir un excesivo y nocivo interés en ellos. Los demonios se placen de ambos errores y alaban al materialista y al mago con el mismo deleite.”

Un poco después Lewis continúa diciendo,

“Se les advierte a los lectores que recuerden que el diablo es un mentiroso.”

El encuentro entre la serpiente y Adán y Eva es un encuentro en el que una mentira sirvió para que el primer hombre y la primera mujer fueran separados de Dios. Adán y Eva fueron tentados por la serpiente a desobedecer a Dios y la serpiente triunfó en esa tentación. En pocas palabras nuestra primera lectura cuenta la desobediencia de Adán y Eva y sus lamentables consecuencias: la pérdida de paz, inocencia e integridad mental, y la ganancia de una existencia mortal dolorosa y pesada.*

Una tentación no resistida ha tenido sus consecuencias hasta nuestros días. Y hoy día los hombres siguen siendo tentados y siguen cayendo ante la tentación. Pero, ¿qué es la tentación? La tentación tiene dos significados generales, uno es el de poner a prueba a alguien. Los fariseos pusieron continuamente a prueba a Jesús en los evangelios. Mateo 16:1 dice que “los fariseos y los saduceos fueron a ver a Jesús, para tenderle una trampa, le pidieron que hiera alguna señal milagrosa que probara que él venía de parte de Dios. Dios puso a prueba a Abraham cuando le pidió que sacrificara a Isaac.

La tentación también quiere decir una provocación a pecar, a hacer lo malo delante de Dios, a desobedecerlo concientemente y sin medir las consecuencias. Esa es la perfecta descripción de lo que hizo Adán en el jardín del Edén. Adán prefirió arrojarse en sus propios brazos antes que continuar en los brazos de Dios. Adán prefirió confiar en su propia autonomía e independencia antes que depender enteramente de Dios.

Adán y Eva eran libres, pero su libertad estaba condicionada por una restricción de parte de Dios. O sea, para Adán y Eva la libertad consistía en no hacer aquello que Dios les había dicho que no hicieran y mientras no lo hicieran continuarían siendo libres. Claro, lo que llamamos libertad hoy día es algo muy distinto a los parámetros establecidos por Dios en el jardín del Edén. Para Dios la libertad de Adán y Eva radicaba en no hacer, pero a partir de Adán nuestra “libertad” se convirtió en hacer todo aquello que entendamos que debemos hacer simplemente porque lo podemos hacer. En realidad pensamos y creemos que tener libertad es poder hacer lo que queramos cuando y donde se nos antoje, pero la libertad de Adán y Eva antes de su caída consistía en su obediencia a Dios. Era esa obediencia la que permitía la completa libertad que disfrutaban en el jardín del Edén, pero cuando llegó la tentación ellos no resistieron.

Lo que nos lleva a otra pregunta, ¿cómo se resiste la tentación? La mejor ilustración de cómo resistir la tentación la hallamos en la lectura del evangelio para hoy. Pero antes de compartir con ustedes lo que Cristo, el segundo Adán, nos enseña en el evangelio, quiero interpolar aquí las palabras de Santiago respecto de resistir la tentación,

“Dichoso el hombre que soporta la prueba con fortaleza, porque al salir aprobado recibirá como premio la vida, que es la corona que Dios ha prometido a los que le aman.” Stgo. 1:12

Ya hemos dicho que Adán fracasó al ser confrontado con la tentación y que las consecuencias de su fracaso las vivimos hoy día. En realidad, no resistir la tentación es algo terrible. No es lo mismo hablar de resistirse a comer una barra de chocolate que resistir quedarnos con los $20 que se le cayeron a la persona que estaba haciendo la fila en frente de nosotros en el supermercado y que no se dio cuenta de que se le cayeron. No es lo mismo resistirse a divulgar el secreto de la fiesta de cumpleaños que nos pidieron que guardáramos a resistirse a mentir cuando no tenemos ninguna excusa para haber llegado tarde a trabajar. Las tentaciones llegan a nosotros continuamente y con mucha facilidad. Satanás quiere que los hijos de luz, nosotros, nos convirtamos en hijos de la oscuridad. Por eso usará cada artimaña—y su favorita es la tentación—para esclavizarnos.

En el evangelio que leímos hace unos minutos atrás, Cristo se encontró en la misma situación que Adán. Claro, hay algunas diferencias. Adán fue tentado en un verdoso jardín con un clima agradable, en el que el sol no lo maltrataba ni a él ni a Eva. ¿En dónde fue tentado Cristo? En un desierto. Con excepción del árbol del conocimiento del bien y del mal, Adán tenía todo fruto del huerto a su disposición para alimentarse cuando quisiera. Cristo se encontraba ayunando por cuarenta días cuando fue tentado. Tenía mas hambre de la que nosotros jamás podremos experimentar.

El legado de Adán, a pesar de que se originó en un jardín frondoso, fue el desierto espiritual de nuestras vidas. Ese desierto espiritual fue lo que Cristo vino a revocar. No en balde la tentación de Jesucristo ocurre literalmente en un desierto. Cristo al ser llevado por el Espíritu al desierto, se confronta con la realidad espiritual de una humanidad alejada de Dios. Tan alejada que requeriría que Dios mismo bajara del cielo para restaurarnos a una vida espiritual fructífera.

Así como Satanás tentó y tuvo éxito ante el primer Adán, el procuró tener éxito ante el segundo Adán, Cristo. Aquí cabe recordar nuevamente las palabras de CS Lewis,

“Hay dos errores iguales y opuestos en los que podemos caer en cuanto a los demonios. Uno consiste en no creer absolutamente en su existencia. El otro es creer, y sentir un excesivo y nocivo interés en ellos. Los demonios se placen de ambos errores y alaban al materialista y al mago con el mismo deleite.”

Satanás es un ser real enfrascado en una batalla mortal contra Dios y todos aquellos que lo aman. No solo es Satanás un ser real sino que las tentaciones que él le trajo a Cristo fueron muy reales también.

Satanás procuró que Cristo comiera en un momento de gran hambre física. Cristo le respondió que hay un hambre más importante que el hambre física. Esa hambre espiritual se satisface con la palabra de Dios.

En su segunda tentación, Satanás tentó a Cristo a demostrar que él era verdaderamente el hijo de Dios con un milagro. Satanás atacó directamente la identidad de Cristo como hijo de Dios pidiéndole que hiciera un truco de magia para comprobarlo. Tal es la astucia de Satanás que tuvo éxito con Adán al lograr que él pensara que su identidad cambiaría y sería como Dios. El se vale de esa misma astucia hoy día para engañar a los hijos de Dios y continúa haciéndonos creer que aún seremos como Dios. Nuestra verdadera identidad como nuestra vida está escondida en Cristo y fuera de él nadie somos.

Cristo, el segundo Adán, supo tomar esa segunda tentación por lo que era, un engaño más para frustrar el plan de Dios de redimir al mundo. A esa segunda tentación Jesús respondió no tentando a Dios.

La tercera tentación de Jesucristo tuvo que ver con el asunto de la adoración. Satanás es un ser que desde su caída siempre ha procurado apoderarse de la adoración que solo a Dios le corresponde. Dios es el único que merece adoración y todo lo que no es él debe adorarlo. La creación lo adora. La Biblia dice en un salmo que los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Los ángeles lo adoran. Toda la humanidad debe adorarlo, pero no toda la humanidad lo hace porque gran parte ha sucumbido a la tentación de adorar a otros dioses incluyendo a Satanás.

Cristo rechazó esa terrible tentación de sustituir la adoración del único Dios verdadero por la de un dios falso. Las palabras de Jesús son las más indicadas para este 1er domingo de Cuaresma,

“Vete Satanás.” Mateo 4:10

Nuestra renuncia al diablo es a la misma vez el reconocimiento de que él no es Dios. Por lo tanto, al renunciar a Satanás estamos reconociendo que Dios es otro aparte de el y ese otro es quien merece nuestra adoración. Esta Cuaresma, como todas las Cuaresmas de años anteriores, nos hace un llamado a renunciar a nuestro enemigo y a adorar a quien confesamos como nuestro Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

“Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a él.” Mateo 4:10

El primer Adán desobedeció. El segundo Adán, Cristo, no. En las palabras de Pablo,

“Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos.” Romanos 5:19

Amén.

10.3.08

¿Crees ésto?


5to domingo de Cuaresma 2008

Vivimos en un mundo de cambios, muchos cambios. Cambios constantes e inesperados. Cambios rápidos como un relámpago. Un día tenemos empleo y al siguiente día, no. Un día tenemos familia y un día después estamos solos. Un día nos sobra la comida y al siguiente día no tenemos que comer. Un día tenemos salud y al siguiente día estamos enfermos. Un día somos libres y un día después estamos presos. Un día estamos vivos y al día siguiente nos han enterrado.

No sabemos qué cambios traerá el día de mañana a nuestras vidas. En el Sermón del Monte, Cristo menciona que la hierba del campo hoy es y mañana no es. Esa es una buena comparación para nuestra vida.

El Evangelio para hoy nos habla de Lázaro, un gran amigo de Jesús. Dice la Biblia que Lázaro estaba saludable un día y varios días después murió. Lázaro tenía dos hermanas que lo amaban mucho y una multitud de amigos. Al parecer Lázaro era una de esas personas que atraía una gran cantidad de amigos. Su casa fue un lugar presenciado por Jesús en más de una ocasión y al momento de su entierro un sin número de personas se presentaron para consolar a las hermanas del difunto. Lázaro fue un día y al siguiente día no fue. La muerte inesperada de Lázaro es una noticia que ocurre a diario cuando los doctores dicen no hay nada más que podamos hacer y toda esperanza se convierte en víctima de la muerte.

Marta y María se hallaron en esa lucha contra la muerte pensando naturalmente que mientras su hermano viviera habría esperanza. Mientras haya vida, por muy frágil que ésta sea y por muy al borde de la muerte que se esté, mientras haya vida siempre hay esperanza. Por esa razón, Marta y María mandaron a decirle a Jesús que Lázaro estaba enfermo. No hay duda de que la enfermedad de Lázaro fue grave y de seguro que algún médico lo habría visto y como ocurre hoy día, las hermanas se toparon con las palabras, “no hay nada más que podamos hacer.”

¿Te has topado con esa situación en la que no ha habido nada más que puedas hacer? Tarde o temprano nos toca esa suerte en que la situación se nos va de control y pensamos que todo esta perdido. De hecho, puede que ya hayamos estado en esa situación en más de una ocasión. Dado que nuestros recursos humanos son extremadamente limitados, experimentaremos tarde o temprano esa realidad de la desesperanza, pero mientras haya vida siempre hay esperanza. Estoy convencido de que Marta y María estaban convencidas de ello.

Por eso no deja de sorprendernos que cuando Jesús se entera de la enfermedad de Lázaro no haya recurrido enseguida a atender la necesidad de sanidad de su amigo para consuelo de éste y sus hermanas que también eran sus amigas. La realidad es que por muy real que el dolor provocado por la muerte de Lázaro haya sido para sus hermanas, ese dolor era secundario al propósito primordial de Cristo. Ese propósito primordial era la gloria de Dios.

Parecería que al decir, “Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios y también la gloria del Hijo de Dios,” Cristo está aparentemente contradiciéndose porque llega el momento en la historia en que Lázaro sí muere. Además, cuando Cristo se entera de la enfermedad mortal de su amigo se queda dos días más en donde estaba.

Cuando nuestras vidas están ligadas a Cristo, éstas son conductos que servirán para darle gloria a él. Cuando nuestras vidas le pertenecen a Cristo y nos contamos como sus amigos cualesquiera que sean las circunstancias en nuestra vida darán paso a la gloria de él. Esta enfermedad terminal, esta difícil situación económica, esta depresión sin fin, este desempleo, pongámosle el nombre que sea y la gloria seguirá siendo para Cristo, así Cristo se retrase de acuerdo a nuestras expectativas o actúe conforme a nuestro deseo inmediato. El resultado, cualquiera que sea la situación, será la gloria de Dios y la gloria del Hijo de Dios, no nuestra gloria.

Cuando Cristo llegó a Betania, el pueblo de Lázaro y sus hermanas, Marta salió a su encuentro y las primeras palabras que salieron de su boca fueron no tanto un reclamo como una admisión de que la presencia de Cristo hubiese hubiese hecho la gran diferencia entre la situación presente y la sanidad de Lázaro. No hay duda, hermanos, de que cuando Cristo está presente en nuestras vidas, por muy desesperanzadoras que parezcan las circunstancias, su gloria se manifestará porque Dios es digno de gloria y no hay nada mejor que las condiciones precarias del hombre para demostrarlo.

Lázaro fue un hombre a quien Cristo amaba. La primera noticia que se nos da en el Evangelio es “Señor, tu amigo querido está enfermo.” Lázaro fue un buen amigo de Cristo. Nuestra amistad con Cristo no es poca cosa para él. Nuestra relación con Dios es un tesoro para él. Por eso, cuando Marta expresa su dolor ante el Maestro, ella recibe la siguiente respuesta, “Tu hermano resucitará.”

Sin embargo, Marta no parece escuchar bien lo que Cristo le acaba de decir. Es obvio que ella cree en la resurrección de los muertos. Marta está convencida de que la muerte no es el punto final de la existencia del hombre. Ella sabe que hay una vida más allá de la muerte y es Dios el que nos llevará a esa vida. Dios tiene poder sobre la muerte y resucitará a todos los que mueren en él para la vida eterna, pero debido a su dolor por la muerte de su hermano, la resurrección para ella es algo del final de los tiempos, no algo que ella estará a punto de presenciar.

Es por eso que Cristo le dice inmediatamente, “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás.” Cristo llegó intencionalmente luego de la muerte de Lázaro no porque Lázaro no le importara, sino para demostrar que sus palabras “Yo soy la resurrección y la vida” son palabras que sólo él puede pronunciar porque Cristo es el único que tiene poder sobre la muerte.

Estamos en una época, la época de Cuaresma, en la que la muerte de Lázaro apunta hacia la misma muerte de Cristo. De hecho, los eventos relatados en el evangelio para hoy son los que aceleran la pasión, muerte y resurrección de Cristo porque los fariseos no podían creer que al demostrar poder sobre la muerte, Cristo fuera semejante a Dios.

La muerte y resurrección de Lázaro anticipan el padecimiento de Cristo a favor nuestro. Lázaro volvería a morir eventualmente. En la cruz, Cristo venció a la muerte de una vez por todas. Si Cristo tiene poder sobre la muerte, ¿qué nos queda por hacer a nosotros? Cristo no simplemente le dijo a Marta, “Yo soy la resurrección y la vida.” Cristo fue más allá de expresar su identidad y le pregunto a ella, “¿Crees esto?” Esa pregunta es el reto de Dios para nosotros también. ¿Crees esto? ¿Crees que Cristo tiene todo el poder para vencer aun a la muerte? Como Lázaro, nosotros también nos encontramos en un lecho de muerte, pero eso no es lo que importa aquí. Lo que realmente importa aquí es si a pesar de la muerte inminente, “¿Crees esto?”

El Señor le preguntó al profeta Ezequiel cuando le mostró el valle de los huesos secos, “Dime, hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” Nosotros sabemos qué ocurrió con esos huesos. Recibieron vida mediante el Espíritu de Dios. Y Cristo nos pregunta nuevamente, “¿Crees esto?”

Esto es lo que dice San Pablo en su epístola a los romanos, “Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.” Cristo nos pregunta una vez más, “¿Crees esto?” Yo contesto, “Sí, Señor, lo creo.” ¡Amén!

3.3.08

El hombre que se llama Jesús

Helen Keller fue una autora y activista norteamericana que nació ciega en el siglo 19. Ella dijo que “lo único peor que ser ciego es tener vista pero no visión.” La vista es uno de los cinco sentidos del ser humano y sin duda uno de los más preciados. Los ojos nos permiten ver nuestro entorno y reaccionar de acuerdo a lo que vemos. La pérdida parcial de la visión es sin duda algo lamentable y pero lo es mucho más cuando esa pérdida es total.

El evangelio de hoy nos presenta a un hombre incapacitado por la ceguera. Este hombre era ciego no en virtud de que perdió la vista luego de haber nacido sino porque nació ciego. Y como es natural para una sociedad moldeada a verlo todo como una maldición o bendición de Dios, los discípulos de Cristo hacen la pregunta acerca de la causa de la ceguera del ciego. “¿Fueron sus padres o fue él mismo el que pecó?” La ceguera en sí misma es una condición muy triste, pero atribuirle su causa al pecado propio o de los padres es un agravante muy serio.

Ser ciego en tiempos de Jesús significaba estar condenado a vivir de la caridad de los demás. Ser ciego en tiempos de Cristo quería decir que la vida propia dependía de la misericordia que tuviesen aquellos a los que se les pedía limosna. El Nuevo Testamento presenta la gran desesperación (y a la vez esperanza) de los ciegos al encontrarse con Jesús, por ejemplo, Bartimeo el ciego. El estigma social de que no se contaba con el favor de Dios sino con la maldición de Dios era algo con lo que un ciego tenía que vivir por el resto de su vida. Para la mayoría de las personas un ciego equivalía a nadie, era prácticamente inexistente o invisible.

Ante ese cuadro nada favorecedor para una persona incapacitada por la ceguera, llega Cristo para romper con los esquemas preestablecidos de la sociedad en cuanto las personas incapacitadas. También los sordos, los mudos, los cojos y los mancos, los leprosos y los endemoniados eran víctimas del justo juicio de Dios según las convenciones religiosas de la sociedad judía en tiempos de Jesús. La razón, explica Cristo, de porqué el ciego era ciego no se hallaba en su pecado ni en el pecado de sus padres. La ceguera no era un asunto de pecado generacional—el pecado de los padres visitado en los hijos. Sino un lamentable hecho de la condición humana afectada no por el pecado de nadie en particular sino por el pecado de todos en general comenzando con Adán.

Es aquí cuando Cristo afirma, “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.” Ante la patente oscuridad del ciego, Cristo declara “soy la luz del mundo.” Esa declaración hubiese sido suficiente para devolverle la vista al ciego, pero Cristo nunca hizo las cosas de manera convencional. Cristo, en lo que el evangelio relata hoy, escupe en la tierra y hace barro con la tierra que ha escupido. Toda una escena totalmente asqueante.

La saliva de nuestra boca tiene muchas propiedades que ayudan en la descomposición y digestión de la comida y, de hecho, tiene propiedades antibacteriales. También hay tierras que tienen propiedades minerales y ayudan a proteger la piel cuando se aplica como lodo. Sin embargo, la combinación de tierra y saliva como tratamiento para la ceguera es única en Jesucristo. Nunca antes se había visto algo semejante y nunca después se vio. Si pensamos detenidamente en ello, de todas las cosas que podríamos pensar para untarnos en los ojos, lo menos que usaríamos sería barro, especialmente si queremos ver con claridad.

Irónicamente, Cristo enloda los ojos de un ciego para que el que no vé vea. Claro, Cristo no simplemente le dio al ciego un tratamiento de barro mineral mezclado con saliva humana. Cristo le dice al ciego “ve a lavarte al estanque de Siloé.” Pienso que aparte de la incomodidad, para el ciego no habría ninguna diferencia entre tener los ojos sucios o limpios. Su verdadero problema era uno más serio, que no podía ver. Cristo violenta la naturaleza de unos órganos delicados del cuerpo humano aplicándoles tierra y saliva. Nosotros usaríamos de todo para nuestros ojos menos esos dos elementos. Sin embargo, Cristo, la luz del mundo, puede usar lo que él quiera incluyendo algo naturalmente oscuro y además sucio como el barro, para sacar de la oscuridad a un hombre que nunca ha visto la claridad del día con sus propios ojos.

Cristo se vale de los medios menos esperados para obrar en nuestras vidas. Estoy seguro de que la sensación de alguien tocando nuestros ojos de manera áspera e inesperada resultaría ser muy incómoda, pero Dios a menudo nos incomoda para traer cambios importantes a nuestra vida. Si queremos que Dios nos bendiga, él lo hará de una manera completamente desconocida para nosotros, pero el resultado en nosotros será evidente como la luz del día. El ciego pudo dar testimonio del eso.

Dice Juan,

El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver. Los vecinos y los que antes lo habían visto pedir limosna se preguntaban:

--¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?

Unos decían:

--Sí, es él.

Otros decían:

--No, no es él, aunque se le parece.

Pero él mismo decía:

--Sí, yo soy.

Entonces le preguntaron:

--¿Y cómo es que ahora puedes ver?

Él les contestó:

--Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: 'Ve al

estanque de Siloé, y lávate.' Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver.

Dios nos untará barro en los ojos si tiene que hacerlo con tal de que veamos su luz.

Siloé, el nombre del estanque, significa “Enviado”. En un juego de palabras, Cristo envío al ciego al Enviado. Y es que Cristo nos envía, nos pone en marcha, inicia el proceso de sanidad, de reconciliación, de perdón, de crecimiento en nuestras vidas y todo esto se da para que como sucedió con el ciego la gloria de Dios se manifieste en

nuestras vidas.

Si pensamos en el estanque del Enviado, ¿acaso no fue Cristo el enviado por el Padre para redimirnos y limpiarnos de nuestro pecado, así como el ciego fue limpiado del suyo? Del mismo modo, Cristo nos envía a una humanidad perdida y sumida en la oscuridad para que conozcan al que es agua limpia para limpiar nuestra suciedad y luz del mundo para curar nuestra ceguera.

Dice un viejo refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver. El milagro del ciego creo una de las disputas más grandes registradas en el Nuevo Testamento. El revuelo que provocó la sanidad del ciego en la comunidad inmediata fue tan grande que el concilio judío interrogó al ciego dos veces para corroborar si en verdad era él el que había sido sanado. Al no creer que era él, interrogaron a sus padres, quienes confirmaron que el que había sido ciego era su hijo. Aun así los líderes religiosos no creyeron y terminaron expulsando al ciego de la sinagoga.

Cristo también nos enseña hoy que hay una ceguera más profunda que la ceguera física. Cristo se vale de la tierra y de su saliva para erradicar la ceguera física de un hombre ciego de nacimiento, pero la comunidad inmediata de ese hombre ciego de nacimiento está llena de hombres que no están limitados por una incapacidad física sino espiritual.

El verdadero problema del hombre no es el no poder ver con sus ojos. Nuestro verdadero problema es no poder ver con nuestra alma. Cristo fue enviado para que nosotros saliéramos de las tinieblas. De principio a fin en su evangelio, Juan hace énfasis en que Cristo es la luz del mundo. Juan dice en el primer capítulo de su evangelio que en Cristo “estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla.”

La gran contienda de los fariseos con el ciego y al final con Cristo es la gran contienda del hombre con Dios. Dios quiere darnos luz y nosotros queremos oscuridad. Dios quiere limpiar nuestra ceguera y nosotros queremos seguir siendo ciegos. La solución está en el Enviado, no el estanque sino Cristo mismo.

En las palabras del ciego, “ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: 'Ve al estanque de Siloé, y lávate.' Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver.” Mis amados hermanos, vayamos al estanque de Siloé. Ese estanque de agua limpia se llama Cristo. Amén.

Predicado el 4to domingo de Cuaresma 2008