10.3.08

¿Crees ésto?


5to domingo de Cuaresma 2008

Vivimos en un mundo de cambios, muchos cambios. Cambios constantes e inesperados. Cambios rápidos como un relámpago. Un día tenemos empleo y al siguiente día, no. Un día tenemos familia y un día después estamos solos. Un día nos sobra la comida y al siguiente día no tenemos que comer. Un día tenemos salud y al siguiente día estamos enfermos. Un día somos libres y un día después estamos presos. Un día estamos vivos y al día siguiente nos han enterrado.

No sabemos qué cambios traerá el día de mañana a nuestras vidas. En el Sermón del Monte, Cristo menciona que la hierba del campo hoy es y mañana no es. Esa es una buena comparación para nuestra vida.

El Evangelio para hoy nos habla de Lázaro, un gran amigo de Jesús. Dice la Biblia que Lázaro estaba saludable un día y varios días después murió. Lázaro tenía dos hermanas que lo amaban mucho y una multitud de amigos. Al parecer Lázaro era una de esas personas que atraía una gran cantidad de amigos. Su casa fue un lugar presenciado por Jesús en más de una ocasión y al momento de su entierro un sin número de personas se presentaron para consolar a las hermanas del difunto. Lázaro fue un día y al siguiente día no fue. La muerte inesperada de Lázaro es una noticia que ocurre a diario cuando los doctores dicen no hay nada más que podamos hacer y toda esperanza se convierte en víctima de la muerte.

Marta y María se hallaron en esa lucha contra la muerte pensando naturalmente que mientras su hermano viviera habría esperanza. Mientras haya vida, por muy frágil que ésta sea y por muy al borde de la muerte que se esté, mientras haya vida siempre hay esperanza. Por esa razón, Marta y María mandaron a decirle a Jesús que Lázaro estaba enfermo. No hay duda de que la enfermedad de Lázaro fue grave y de seguro que algún médico lo habría visto y como ocurre hoy día, las hermanas se toparon con las palabras, “no hay nada más que podamos hacer.”

¿Te has topado con esa situación en la que no ha habido nada más que puedas hacer? Tarde o temprano nos toca esa suerte en que la situación se nos va de control y pensamos que todo esta perdido. De hecho, puede que ya hayamos estado en esa situación en más de una ocasión. Dado que nuestros recursos humanos son extremadamente limitados, experimentaremos tarde o temprano esa realidad de la desesperanza, pero mientras haya vida siempre hay esperanza. Estoy convencido de que Marta y María estaban convencidas de ello.

Por eso no deja de sorprendernos que cuando Jesús se entera de la enfermedad de Lázaro no haya recurrido enseguida a atender la necesidad de sanidad de su amigo para consuelo de éste y sus hermanas que también eran sus amigas. La realidad es que por muy real que el dolor provocado por la muerte de Lázaro haya sido para sus hermanas, ese dolor era secundario al propósito primordial de Cristo. Ese propósito primordial era la gloria de Dios.

Parecería que al decir, “Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios y también la gloria del Hijo de Dios,” Cristo está aparentemente contradiciéndose porque llega el momento en la historia en que Lázaro sí muere. Además, cuando Cristo se entera de la enfermedad mortal de su amigo se queda dos días más en donde estaba.

Cuando nuestras vidas están ligadas a Cristo, éstas son conductos que servirán para darle gloria a él. Cuando nuestras vidas le pertenecen a Cristo y nos contamos como sus amigos cualesquiera que sean las circunstancias en nuestra vida darán paso a la gloria de él. Esta enfermedad terminal, esta difícil situación económica, esta depresión sin fin, este desempleo, pongámosle el nombre que sea y la gloria seguirá siendo para Cristo, así Cristo se retrase de acuerdo a nuestras expectativas o actúe conforme a nuestro deseo inmediato. El resultado, cualquiera que sea la situación, será la gloria de Dios y la gloria del Hijo de Dios, no nuestra gloria.

Cuando Cristo llegó a Betania, el pueblo de Lázaro y sus hermanas, Marta salió a su encuentro y las primeras palabras que salieron de su boca fueron no tanto un reclamo como una admisión de que la presencia de Cristo hubiese hubiese hecho la gran diferencia entre la situación presente y la sanidad de Lázaro. No hay duda, hermanos, de que cuando Cristo está presente en nuestras vidas, por muy desesperanzadoras que parezcan las circunstancias, su gloria se manifestará porque Dios es digno de gloria y no hay nada mejor que las condiciones precarias del hombre para demostrarlo.

Lázaro fue un hombre a quien Cristo amaba. La primera noticia que se nos da en el Evangelio es “Señor, tu amigo querido está enfermo.” Lázaro fue un buen amigo de Cristo. Nuestra amistad con Cristo no es poca cosa para él. Nuestra relación con Dios es un tesoro para él. Por eso, cuando Marta expresa su dolor ante el Maestro, ella recibe la siguiente respuesta, “Tu hermano resucitará.”

Sin embargo, Marta no parece escuchar bien lo que Cristo le acaba de decir. Es obvio que ella cree en la resurrección de los muertos. Marta está convencida de que la muerte no es el punto final de la existencia del hombre. Ella sabe que hay una vida más allá de la muerte y es Dios el que nos llevará a esa vida. Dios tiene poder sobre la muerte y resucitará a todos los que mueren en él para la vida eterna, pero debido a su dolor por la muerte de su hermano, la resurrección para ella es algo del final de los tiempos, no algo que ella estará a punto de presenciar.

Es por eso que Cristo le dice inmediatamente, “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás.” Cristo llegó intencionalmente luego de la muerte de Lázaro no porque Lázaro no le importara, sino para demostrar que sus palabras “Yo soy la resurrección y la vida” son palabras que sólo él puede pronunciar porque Cristo es el único que tiene poder sobre la muerte.

Estamos en una época, la época de Cuaresma, en la que la muerte de Lázaro apunta hacia la misma muerte de Cristo. De hecho, los eventos relatados en el evangelio para hoy son los que aceleran la pasión, muerte y resurrección de Cristo porque los fariseos no podían creer que al demostrar poder sobre la muerte, Cristo fuera semejante a Dios.

La muerte y resurrección de Lázaro anticipan el padecimiento de Cristo a favor nuestro. Lázaro volvería a morir eventualmente. En la cruz, Cristo venció a la muerte de una vez por todas. Si Cristo tiene poder sobre la muerte, ¿qué nos queda por hacer a nosotros? Cristo no simplemente le dijo a Marta, “Yo soy la resurrección y la vida.” Cristo fue más allá de expresar su identidad y le pregunto a ella, “¿Crees esto?” Esa pregunta es el reto de Dios para nosotros también. ¿Crees esto? ¿Crees que Cristo tiene todo el poder para vencer aun a la muerte? Como Lázaro, nosotros también nos encontramos en un lecho de muerte, pero eso no es lo que importa aquí. Lo que realmente importa aquí es si a pesar de la muerte inminente, “¿Crees esto?”

El Señor le preguntó al profeta Ezequiel cuando le mostró el valle de los huesos secos, “Dime, hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” Nosotros sabemos qué ocurrió con esos huesos. Recibieron vida mediante el Espíritu de Dios. Y Cristo nos pregunta nuevamente, “¿Crees esto?”

Esto es lo que dice San Pablo en su epístola a los romanos, “Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.” Cristo nos pregunta una vez más, “¿Crees esto?” Yo contesto, “Sí, Señor, lo creo.” ¡Amén!

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