En el atardecer de ayer el mar mecía al sol entre sus olas. Quería dormirlo cantándole al oído. El mar, que sabe cantar muy bien, pensó que el sol cerraría sus ojos tan rápido como siempre, pero ayer el sol estaba tan despierto que el mar comenzó a pensar que un más suave cantar de sus arrullos cerrarían por completo los ojos de su dorado niño. Así que cantó más suave, tanto así que apenas podía oírselo. Con ese cantar, las aves se durmieron, los peces se durmieron y las nubes fueron arropando poco a poco la claridad.
Y sí, el mar, que sabe cantar muy bien, logró que el sol comenzara a parpadear muy lentamente. Así estuvieron ambos, el mar y el sol, por largo rato, el mar cantándole al oído, el sol parpadeando lentamente.
El mar, que siempre ha sido muy paciente, decidió entonces cambiarle el rumbo a sus arrullos y no le estuvo mal consultar con su amigo el viento. Se unieron así mar y viento en tan hermosa armonía que lograron que la tenue luz
Fue así
cspellot
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