9.11.05

¡Nubes!

Cuento
En un día de verano, tres hermanos fueron al parque con su Papá. Pocas cosas son tan divertidas como ir al parque en un día de verano.

Allí hicieron de todo. Corrieron, brincaron, cavaron hoyos en la arena, los llenaron con agua, se columpiaron, bajaron por las chorreras, cruzaron las barras e hicieron castillos de arena.

Después de un buen rato en el parque, estaban todo sudados ya que los días de verano suelen ser muy calurosos.

De repente, escucharon a Papá decir desde lejos, “¡Agua, chicos!”

Así que los tres hermanos corrieron hacia él para tomar agua. ¡Qué refrescante es tomar agua cuando hace calor!

Pero mientras tomaban agua, notaron algo... ¡No habían nubes en el cielo!

“Papá, ¿dónde están las nubes?”, ellos preguntaron. Pero Papá, que no se había dado cuenta de que no habían nubes en el cielo, se encogió de hombros y les dijo que no sabía.

“Quizás están entrenidas jugando en algún parque en el cielo y por éso no las vemos”, les dijo. “¡Qué les parece si las llamamos!”, sugirió Papá.

Así que todos comenzaron a llamar a las nubes cada vez más alto. “!Nubes!” “¡Nuuubes!” “¡NUUUUUUBEEES!”

Todos llamaron... y llamaron... y llamaron a las nubes, pero las nubes no oyeron.

Ni modo. Después de todo estaban en el parque, así que luego de tomar agua dijeron, “¡Vámonos a jugar!”

Se divirtieron muchísimo por otro buen rato y entonces se fueron a casa sin tan siquiera una nube en el cielo. En realidad, el cielo se veía muy bonito sin ellas.

Cuando llegaron a casa, se bañaron y se sentaron a la mesa para cenar. Mamá había cocinado una deliciosa cena para todos. Dieron gracias y a comer. ¡Riiiico!

Todos estaban bastante ocupados comiendo su deliciosa cena cuando de pronto Papá miró hacia el cielo y notó algo.

“Chicos, parece que las nubes nos escucharon al fin y al cabo. Miren al cielo”, les dijo.

¡Qué sorpresa! “¡Nos escucharon, Papá, las nubes nos escucharon!”, dijeron los tres hermanos mirando al cielo muy emocionados.

Allí estaban todas las nubes moviéndose hacia ellos y sonriéndoles. El cielo se veía aún más bonito con ellas en el atardecer de un caluroso día de verano.







4.11.05

Adiós, Rosa


Un poema para Rosa Parks.

Aquí estoy, Rosa.
Mirándote de lejos asombrado,
la muerte llevándote en sus brazos.
Me pregunto si yo hubiese hecho lo mismo:
Alzar mi alma como un estandarte al viento,

libre, habiéndome sentado.

Resistiendo los cómodos ejércitos del amo

como un torbellino por Montgomery agitado.

Creo que te olvidaremos, Rosa,

como tu mente se olvidó del aliento ensangrentado

de nuestros hermanos negros en el ocaso de tu vida.

Creo que este adiós, como la muerte,

ha cimentado el tácito odio de nuestros hermanos blancos.

Quizá mi vista se ha nublado queriendo

hacer de tu historia una silueta en el tiempo o

¿te habrás desvanecido en los brazos del Amado?

Adiós, Rosa.

Un adiós fuerte y definitivo te brindo.

Pongo en tu pecho una rosa marchitada,

muerta pero con espinas que siempre han anunciado

que la verdadera libertad es sangre, que la sangre es vida

y que la vida es eterna.