Un poema para Rosa Parks.
Aquí estoy, Rosa.
Mirándote de lejos asombrado,
la muerte llevándote en sus brazos.
Me pregunto si yo hubiese hecho lo mismo:
Alzar mi alma como un estandarte al viento,
libre, habiéndome sentado.
Resistiendo los cómodos ejércitos del amo
como un torbellino por Montgomery agitado.
Creo que te olvidaremos, Rosa,
como tu mente se olvidó del aliento ensangrentado
de nuestros hermanos negros en el ocaso de tu vida.
Creo que este adiós, como la muerte,
ha cimentado el tácito odio de nuestros hermanos blancos.
Quizá mi vista se ha nublado queriendo
hacer de tu historia una silueta en el tiempo o
¿te habrás desvanecido en los brazos del Amado?
Adiós, Rosa.
Un adiós fuerte y definitivo te brindo.
Pongo en tu pecho una rosa marchitada,
muerta pero con espinas que siempre han anunciado
que la verdadera libertad es sangre, que la sangre es vida
y que la vida es eterna.
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