Detrás de la casa de mi abuela, donde crecí, había una iglesia llamada Portal del Cielo que tenía un terreno enorme. Era una iglesia con unos predios bien bonitos con muchos jardines y senderos naturales todos rodeados de naturaleza para que la gente de la iglesia pudiera caminar y hallar un lugar tranquilo para descansar, leer, meditar u orar según el deseo o la necesidad de la persona.
Desde el patio de la casa de mi abuela se podía llegar al terreno de la iglesia y un día, como solía hacer a menudo, me fui de excursión y entré a los senderos y jardines de la iglesia por la parte de atrás. Nadie en la iglesia sabía que yo estaba allí ya que yo no utilicé la entrada de la iglesia para llegar a los jardines y senderos que la iglesia tenía sino que entré por otro lugar. Nadie me vio entrar por la entrada, por donde se supone que entraran todos los que querían entrar a la iglesia y disfrutar de sus predios, de sus jardines y sus senderos.
Sin embargo, ese día en particular al parecer me encontré con quien debía ser el pastor de la iglesia, quien al notar a un adolescente desconocido que caminaba como Pedro por su casa me preguntó que qué hacía yo allí en propiedad privada. Inmediatamente le contesté que me iría devuelta a mi casa. Me voltee para irme de regreso por donde había venido, por la parte de atrás de la iglesia, pero el pastor, al darse cuenta de que yo me iba en dirección contraria a la salida de la iglesia, me dijo que lo que yo estaba haciendo era como si él quisiera ir a mi casa pero en vez de entrar por la puerta de entrada, entrar por la puerta de atrás sin mi consentimiento. Entonces me mandó a salir de la iglesia por donde yo debía salir, por la salida de la misma.
Y así el pastor me hizo dar una gran vuelta de regreso a mi casa. De ahí en adelante no me aventuré a entrar en esa iglesia con la misma frecuencia que solía por temor de que me vieran y me mandaran a salir nuevamente por donde se supone que uno salga y también entre.
Hoy el evangelio de nuestro de nuestro Señor Jesucristo nos habla de hombres que hacen lo mismo que yo hacía con la iglesia que se encontraba detrás de la casa de mi abuela, entrar por un lugar que no es la puerta de entrada.
El Evangelio según San Juan comienza con Jesús diciéndonos en el capitulo 10 que “el que no entra por la puerta al redil de las ovejas, sino que trepa y se mete por otro lado, es un ladrón y un bandido.” Hoy la palabra de Dios nos presenta una de las imágenes más fuertes de toda la Biblia. La imagen del pastor y su rebaño de ovejas.
Es una imagen digna de indagar porque la Biblia está llena de este tipo de referencias y porque grandes líderes de la Biblia como Moisés y el mismo rey David, autor del Salmo 23, fueron pastores. Juan comienza el capítulo haciendo una clara distinción entre los que son pastores y los que no lo son. Juan dice que el que “entra por la puerta de las ovejas es el pastor de las ovejas. El portero le abre la puerta, y las ovejas oyen su voz.
Aunque la profesión de pastor de ovejas continua vigente hoy día es muy importante que sepamos qué implicaba todo eso de ser un pastor de ovejas en tiempos de Jesús.
Hablemos brevemente de las ovejas. En comparación con las cabras, que saben buscárselas solas, las ovejas dependen del pastor para encontrar pastos y aguas tranquilas (aguas de reposo según la versión Reina-Valera). El pastor también tiene que proveer albergue, medicamentos, ayudar a las ovejas que paren y a las que cojean y están cansadas. Sin el pastor, las ovejas están indefensas. El pastor tiene que estar preparado para emergencias, en caso de una oveja se lastime o se pierda tontamente en territorio peligroso.
En su mayoría, los largos días y noches en el campo hacen de la vida del pastor una vida solitaria. Por eso, los pastores se entretenían hablando con sus ovejas hasta que éstas reconocían su voz o tocándoles música con una flauta de madera. Se esperaba de un pastor que contara sus ovejas cada mañana y cada tarde una por una llamándolas por sus nombres porque él tenía que rendir cuentas de cualquier oveja perdida.
Que un pastor no regresara vivo de sus días en el campo era bien entendido. Ser pastor era un trabajo serio, demandante y agotador. Sin embargo, el verdadero o fiel pastor era considerado como alguien con una disposición admirable: pensativo, tierno, gentil, fuerte, ingenioso en tiempos de peligro, pero no con un mal temperamento.
Si consideramos esta descripción nos veríamos obligados a pensar en quien la Biblia describe como el buen pastor, Jesucristo. Juan dice que quien entra por la puerta es el pastor de las ovejas a quien el portero le abre la puerta. Es Jesucristo el que llama a cada una de las ovejas de su rebaño por su nombre, las entra al corral para que estén seguras y sus ovejas reconocen su voz. Cristo procura conocer a sus ovejas de tal modo que sus ovejas llegan al punto en que pueden diferenciar entre su voz y la voz de los extraños.
El evangelio nos enseña que una el pastor saca a sus ovejas de un redil, va delante de ellas y las ovejas lo siguen porque reconocen su voz, pero a un desconocido jamás lo siguen sino que huyen de él porque no reconocen voces extrañas.
Fíjense mis hermanos, que todo esto se da en el contexto de una relación con el pastor. La voz de Cristo es única en su clase. Puede que hayan voces parecidas pero nunca la voz genuina del buen pastor. Cuando recibimos una llamada telefónica es muy fácil saber quien está al otro lado de la línea ya que nosotros también podemos distinguir con facilidad las voces que nos son familiares—papá, mamá, abuelo, abuela, un hermano o hermana, un amigo. La facilidad con que reconocemos esas voces es porque nuestro oído ha pasado tiempo escuchando esas voces.
¿Cuánto en realidad reconocemos nosotros la voz de Cristo? ¿Reconocemos su voz de aquéllas que se nos presentan como voces amigas pero en realidad nos quieren engañar? ¿Reconocemos la voz de Jesucristo lo suficiente como para seguirlo aunque nos cueste? Hay muchas voces que quieren nuestra atención en este mundo. Hay muchas voces que se presentan como voces verdaderas pero son voces falsas. Son esas voces que quieren extraviar a las ovejas y apartarlas de su Señor. Esas voces quieren destruir a las ovejas.
Jesucristo es el buen pastor. La Biblia dice que el buen pastor su vida da por las ovejas. En esta época en que recordamos y celebramos que Cristo resucitó de los muertos es importante también recordar que Cristo dio su vida literalmente por sus ovejas muriendo en la cruz.
Los pastores falsos siempre ponen su propio interés antes que el interés de sus ovejas. Los pastores falsos siempre procuraran su seguridad antes que las de su rebaño. Y los pastores falsos siempre procurarán proteger su vida antes que la de sus ovejas. Cristo vino a salvarnos y puso su vida de por medio para demostrarnos lo extenso de su amor para que nosotros hallemos el alimento espiritual de nuestra alma necesita y el agua viva que saciará nuestra sed. Este alimento y esta agua viva sólo provienen del buen pastor de las ovejas, Jesucristo.
Juan en su evangelio termina diciendo, “el ladrón no viene más que a robar, matar y destruir.” Esa es la sola intención del falso pastor. Por el contrario, el verdadero pastor que es Jesucristo, nos dice que “ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.” El Señor no es maseta (como diríamos en mi pueblo), sino que es liberal en la vida que nos quiere dar.
El rey David, que fue un pastor de ovejas antes de ser el rey de Israel, conoció personalmente el significado de esa vida abundante que Cristo nos ofrece hoy. David es el autor del Salmo 23, un salmo que describe a capacidad lo que significa esa vida abundante que Cristo menciona en Juan capítulo 10.
¡Qué maravilloso es escuchar con una convicción irrevocable que “el Señor es mi pastor”! Por lo tanto si soy parte del rebaño del buen pastor nada me ha de faltar. Nada. Nuestra vida está completamente segura aunque hayan peligros. Aunque haya oscuridad no temeremos porque el pastor está con nosotros.
El rey David comprendía cabalmente al escribir su salmo el significado de ser una oveja—ser una oveja significa depender totalmente de Dios para nuestra necesidad espiritual, pero también nuestras necesidades físicas y emocionales. David como pastor llegó a conocer que el gran Pastor de las ovejas es el Señor. ¿Acaso no es el Señor quien nos sana en nuestra enfermedad? ¿Acaso no es el Señor quien nos alienta y consuela en nuestra tristeza?
El Salmo 23 dice que el Señor prepara una mesa para nosotros en presencia de nuestros enemigos y que nuestra copa esta rebosando. Dios, hoy mismo, en su altar nos prepara esa mesa y esa copa. Vengamos hoy a esos pastos delicados y junto a esas aguas de reposo de las que David habla porque es allí que Dios quiere llevar a su rebaño. Mis amados hermanos seamos las ovejas del gran Pastor de las ovejas sabiendo que si somos parte de su redil nada nos faltará. Entremos por la puerta de las ovejas que es el mismo Cristo para hallar la vida abundante que él nos promete. Amén.