14.4.08

Cristo el Buen Pastor

4to domingo de Pascua

Detrás de la casa de mi abuela, donde crecí, había una iglesia llamada Portal del Cielo que tenía un terreno enorme. Era una iglesia con unos predios bien bonitos con muchos jardines y senderos naturales todos rodeados de naturaleza para que la gente de la iglesia pudiera caminar y hallar un lugar tranquilo para descansar, leer, meditar u orar según el deseo o la necesidad de la persona.

Desde el patio de la casa de mi abuela se podía llegar al terreno de la iglesia y un día, como solía hacer a menudo, me fui de excursión y entré a los senderos y jardines de la iglesia por la parte de atrás. Nadie en la iglesia sabía que yo estaba allí ya que yo no utilicé la entrada de la iglesia para llegar a los jardines y senderos que la iglesia tenía sino que entré por otro lugar. Nadie me vio entrar por la entrada, por donde se supone que entraran todos los que querían entrar a la iglesia y disfrutar de sus predios, de sus jardines y sus senderos.

Sin embargo, ese día en particular al parecer me encontré con quien debía ser el pastor de la iglesia, quien al notar a un adolescente desconocido que caminaba como Pedro por su casa me preguntó que qué hacía yo allí en propiedad privada. Inmediatamente le contesté que me iría devuelta a mi casa. Me voltee para irme de regreso por donde había venido, por la parte de atrás de la iglesia, pero el pastor, al darse cuenta de que yo me iba en dirección contraria a la salida de la iglesia, me dijo que lo que yo estaba haciendo era como si él quisiera ir a mi casa pero en vez de entrar por la puerta de entrada, entrar por la puerta de atrás sin mi consentimiento. Entonces me mandó a salir de la iglesia por donde yo debía salir, por la salida de la misma.

Y así el pastor me hizo dar una gran vuelta de regreso a mi casa. De ahí en adelante no me aventuré a entrar en esa iglesia con la misma frecuencia que solía por temor de que me vieran y me mandaran a salir nuevamente por donde se supone que uno salga y también entre.

Hoy el evangelio de nuestro de nuestro Señor Jesucristo nos habla de hombres que hacen lo mismo que yo hacía con la iglesia que se encontraba detrás de la casa de mi abuela, entrar por un lugar que no es la puerta de entrada.

El Evangelio según San Juan comienza con Jesús diciéndonos en el capitulo 10 que “el que no entra por la puerta al redil de las ovejas, sino que trepa y se mete por otro lado, es un ladrón y un bandido.” Hoy la palabra de Dios nos presenta una de las imágenes más fuertes de toda la Biblia. La imagen del pastor y su rebaño de ovejas.

Es una imagen digna de indagar porque la Biblia está llena de este tipo de referencias y porque grandes líderes de la Biblia como Moisés y el mismo rey David, autor del Salmo 23, fueron pastores. Juan comienza el capítulo haciendo una clara distinción entre los que son pastores y los que no lo son. Juan dice que el que “entra por la puerta de las ovejas es el pastor de las ovejas. El portero le abre la puerta, y las ovejas oyen su voz.

Aunque la profesión de pastor de ovejas continua vigente hoy día es muy importante que sepamos qué implicaba todo eso de ser un pastor de ovejas en tiempos de Jesús.

Hablemos brevemente de las ovejas. En comparación con las cabras, que saben buscárselas solas, las ovejas dependen del pastor para encontrar pastos y aguas tranquilas (aguas de reposo según la versión Reina-Valera). El pastor también tiene que proveer albergue, medicamentos, ayudar a las ovejas que paren y a las que cojean y están cansadas. Sin el pastor, las ovejas están indefensas. El pastor tiene que estar preparado para emergencias, en caso de una oveja se lastime o se pierda tontamente en territorio peligroso.

En su mayoría, los largos días y noches en el campo hacen de la vida del pastor una vida solitaria. Por eso, los pastores se entretenían hablando con sus ovejas hasta que éstas reconocían su voz o tocándoles música con una flauta de madera. Se esperaba de un pastor que contara sus ovejas cada mañana y cada tarde una por una llamándolas por sus nombres porque él tenía que rendir cuentas de cualquier oveja perdida.

Que un pastor no regresara vivo de sus días en el campo era bien entendido. Ser pastor era un trabajo serio, demandante y agotador. Sin embargo, el verdadero o fiel pastor era considerado como alguien con una disposición admirable: pensativo, tierno, gentil, fuerte, ingenioso en tiempos de peligro, pero no con un mal temperamento.

Si consideramos esta descripción nos veríamos obligados a pensar en quien la Biblia describe como el buen pastor, Jesucristo. Juan dice que quien entra por la puerta es el pastor de las ovejas a quien el portero le abre la puerta. Es Jesucristo el que llama a cada una de las ovejas de su rebaño por su nombre, las entra al corral para que estén seguras y sus ovejas reconocen su voz. Cristo procura conocer a sus ovejas de tal modo que sus ovejas llegan al punto en que pueden diferenciar entre su voz y la voz de los extraños.

El evangelio nos enseña que una el pastor saca a sus ovejas de un redil, va delante de ellas y las ovejas lo siguen porque reconocen su voz, pero a un desconocido jamás lo siguen sino que huyen de él porque no reconocen voces extrañas.

Fíjense mis hermanos, que todo esto se da en el contexto de una relación con el pastor. La voz de Cristo es única en su clase. Puede que hayan voces parecidas pero nunca la voz genuina del buen pastor. Cuando recibimos una llamada telefónica es muy fácil saber quien está al otro lado de la línea ya que nosotros también podemos distinguir con facilidad las voces que nos son familiares—papá, mamá, abuelo, abuela, un hermano o hermana, un amigo. La facilidad con que reconocemos esas voces es porque nuestro oído ha pasado tiempo escuchando esas voces.

¿Cuánto en realidad reconocemos nosotros la voz de Cristo? ¿Reconocemos su voz de aquéllas que se nos presentan como voces amigas pero en realidad nos quieren engañar? ¿Reconocemos la voz de Jesucristo lo suficiente como para seguirlo aunque nos cueste? Hay muchas voces que quieren nuestra atención en este mundo. Hay muchas voces que se presentan como voces verdaderas pero son voces falsas. Son esas voces que quieren extraviar a las ovejas y apartarlas de su Señor. Esas voces quieren destruir a las ovejas.

Jesucristo es el buen pastor. La Biblia dice que el buen pastor su vida da por las ovejas. En esta época en que recordamos y celebramos que Cristo resucitó de los muertos es importante también recordar que Cristo dio su vida literalmente por sus ovejas muriendo en la cruz.

Los pastores falsos siempre ponen su propio interés antes que el interés de sus ovejas. Los pastores falsos siempre procuraran su seguridad antes que las de su rebaño. Y los pastores falsos siempre procurarán proteger su vida antes que la de sus ovejas. Cristo vino a salvarnos y puso su vida de por medio para demostrarnos lo extenso de su amor para que nosotros hallemos el alimento espiritual de nuestra alma necesita y el agua viva que saciará nuestra sed. Este alimento y esta agua viva sólo provienen del buen pastor de las ovejas, Jesucristo.

Juan en su evangelio termina diciendo, “el ladrón no viene más que a robar, matar y destruir.” Esa es la sola intención del falso pastor. Por el contrario, el verdadero pastor que es Jesucristo, nos dice que “ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.” El Señor no es maseta (como diríamos en mi pueblo), sino que es liberal en la vida que nos quiere dar.

El rey David, que fue un pastor de ovejas antes de ser el rey de Israel, conoció personalmente el significado de esa vida abundante que Cristo nos ofrece hoy. David es el autor del Salmo 23, un salmo que describe a capacidad lo que significa esa vida abundante que Cristo menciona en Juan capítulo 10.

¡Qué maravilloso es escuchar con una convicción irrevocable que “el Señor es mi pastor”! Por lo tanto si soy parte del rebaño del buen pastor nada me ha de faltar. Nada. Nuestra vida está completamente segura aunque hayan peligros. Aunque haya oscuridad no temeremos porque el pastor está con nosotros.

El rey David comprendía cabalmente al escribir su salmo el significado de ser una oveja—ser una oveja significa depender totalmente de Dios para nuestra necesidad espiritual, pero también nuestras necesidades físicas y emocionales. David como pastor llegó a conocer que el gran Pastor de las ovejas es el Señor. ¿Acaso no es el Señor quien nos sana en nuestra enfermedad? ¿Acaso no es el Señor quien nos alienta y consuela en nuestra tristeza?

El Salmo 23 dice que el Señor prepara una mesa para nosotros en presencia de nuestros enemigos y que nuestra copa esta rebosando. Dios, hoy mismo, en su altar nos prepara esa mesa y esa copa. Vengamos hoy a esos pastos delicados y junto a esas aguas de reposo de las que David habla porque es allí que Dios quiere llevar a su rebaño. Mis amados hermanos seamos las ovejas del gran Pastor de las ovejas sabiendo que si somos parte de su redil nada nos faltará. Entremos por la puerta de las ovejas que es el mismo Cristo para hallar la vida abundante que él nos promete. Amén.

10.4.08

¿Ver para creer?

2do domingo de Pascua 2008

En diversos tipos de investigaciones, la evidencia es imprescindible. En sentido general, evidencia significa cualquier cosa que es usada para determinar o demostrar la verdad de una afirmación. En investigaciones científicas, el científico acumula evidencia a través de observar fenómenos que ocurren en el mundo natural o en experimentos en el laboratorio. Por lo general, la evidencia en las investigaciones científicas va dirigida a apoyar o rechazar una hipótesis (wkpd).

En investigaciones criminales, a diferencia de probar o rechazar un punto abstracto o hipotético, la evidencia se recopila para determinar quién es el responsable de un acto criminal. El enfoque de la evidencia criminal es conectar esa evidencia física e informes de testigos a una persona específica (wkpd).

Hoy segundo domingo de Pascua, el Evangelio nos presenta un caso muy extraño, pero a la vez fascinante—la aparición de Jesucristo resucitado a sus discípulos.

Humanamente hablando, la muerte es el punto final de la vida terrenal de un hombre. Aun si se cree en la vida después de la muerte, como afirmamos los cristianos, no regresaremos a la vida sino hasta después que Cristo venga para juzgar a los vivos y a los muertos. Jesucristo violentó esa ley de muerte al levantarse de los muertos en tan sólo tres días.

La razón por la que sabemos de la resurrección de Jesucristo es porque hay evidencia que señala que ocurrió. En primer lugar, hay una tumba vacía. No se encontró en aquel entonces, y tampoco hoy, el cuerpo muerto de quien solía llamarse Jesús de Nazaret. Si la tumba donde pusieron al Mesias esta vacía, ¿en dónde entonces pusieron su cuerpo muerto luego de haberlo sacado de ahí? Hay muchas especulaciones y explicaciones para probar que Cristo nunca fue puesto en la tumba, pero estas son contrarias a lo que señalan los Evangelios. José de Arimatea y las mujeres que siguieron el cuerpo de Jesús hasta su sepultura evidencian que un entierro ocurrió.

Otra razón es que hay testimonios de personas que no solamente vieron a Jesús morir en la cruz sino que también lo vieron resucitado. Entre estas personas están, según Lucas 24, “María Magdalena, Juana, María la madre de Jacobo y las demás mujeres que las acompañaban.”

También está lo que se nos relata hoy: los discípulos también vieron a Cristo resucitado en más de una ocasión. Juan capítulo 20 relata lo siguiente,

Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó. —¡La paz sea con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. —¡La paz sea con ustedes! —repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.

La Biblia dice que los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada debido al miedo de los judíos. Los discípulos tenían temor de que la misma suerte que Cristo había corrido les pasaría a ellos también. Por tanto, no había manera de entrar a la casa en donde estaban a menos que alguien abriera desde adentro. En ese escenario aparece Cristo ante sus discípulos. ¡Imagínense qué sorpresa! No solamente fue una gran sorpresa, fue un gran susto el que se llevaron los discípulos. Era necesario que los discípulos vieran a su Señor resucitado de entre los muertos. Los discípulos pensaron que a Cristo también le había llegado su punto final con su muerte en la cruz, pero la presencia de Cristo entre ellos después de su muerte indicó que lo que Cristo había profetizado antes de su muerte había ocurrido. El Señor resucitó.

Al aparecerse, el Cristo resucitado saluda a los discípulos con su paz. La muerte es el ladrón número uno de la paz del hombre. Dios nos creó para tener paz con él, pero a causa del pecado estamos en guerra con Dios y el resultado de nuestra guerra con Dios es la muerte. Pero Cristo es el restaurador número uno de la paz del hombre. Cristo nos dice como le dijo a sus discípulos un día domingo luego de su resurrección, “¡La paz sea con ustedes!” Ese es un saludo reconfortante. Escuchar la voz del maestro luego de haber pensado que no volveríamos a escuchar su voz es en sí una resurrección de la fe y la esperanza que habían muerto en ellos con la sepultura del Señor.

Cristo nos saluda con su paz y en ese saludo está encerrado el regalo de su Espíritu Santo para los que lo aman. Cristo nos saluda con su paz y en ese saludo está encerrado su perdón para quienes creen que Dios lo levantó de los muertos.

La presencia corporal de Cristo resucitado entre sus discípulos es un evento transformador. Los discípulos no vieron una visión; vieron al Mesías con sus manos horadadas y su costado abierto. Vieron a aquél sobre quien la muerte ya no tenía poder. La tumba vacía y la aparición de Cristo a varios de sus discípulos son evidencia contundente de su resurrección.

Sin embargo, no todos los discípulos estaban presentes en ese momento de la aparición de Jesús. Uno de los discípulos llamado Tomás no se encontraba presente cuando Jesús se les apareció al resto.

La ausencia de Tomás durante la primera aparición de Jesús a la mayoría de sus discípulos reunidos representa la gran prueba de nuestra innata necesidad de ver para creer. Nuestra naturaleza pecaminosa nos hace incrédulos de nacimiento cuando el propósito de Dios siempre fue que reconociéramos que él es Dios y que la fe en la resurrección de su Hijo nos hace aptos para recibir su reino.

Al escuchar el testimonio de sus compañeros discípulos acerca de la resurrección del Señor, Tomás se niega a creer que ha sido cierto lo que ellos dicen. En lo que a él respecta, el caso de Cristo es un caso cerrado. No hay evidencia que apoye la resurrección de Cristo. El vio con sus propios ojos como murió el Señor. El vio con sus propios ojos como fue bajado de la cruz. El sabía que Cristo fue puesto en una tumba con una gran roca a la entrada. Al parecer, él estaba convencido de que nadie que hubiese sido puesto en un sepulcro con una gran piedra como la que fue puesta en el sepulcro de Cristo iba a poder salir de ahí. Tomás sabía que nadie que hubiese sido puesto en un lugar para muertos iba a despojarse del peso de la muerte de sobre sí.

Tomás no creyó a las palabras de sus compañeros cuando estos le dijeron,

“¡Hemos visto al Señor!” Piensen, hermanos en qué testimonio más impactante para alguien que ha perdido la fe y la esperanza en lo que Jesucristo había dicho antes de su muerte—que se levantaría de los muertos. Debido a que su caso en contra de la resurrección de Cristo es al parecer sólido a sus propios ojos, Tomás recurre a exigir aún más evidencia para que se le pruebe lo contrario, que Cristo vive.

La Biblia dice en la carta a los hebreos que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:6) Tomás es ese discípulo al que se le presentó la oportunidad de ejercer esa fe y esa esperanza, esa certeza de lo esperado y esa seguridad de lo no visto. Pero Tomás desaprovechó la oportunidad que se le daba al preferir ver para creer. Tomas es ese discípulo al que Dios pone en una posición privilegiada de poder creer sin haber visto, pero su incredulidad saca el mejor partido de él y prefiere ver para creer en vez de creer sin haber visto.

Ante el testimonio de sus hermanos discípulos, Tomás se reafirma en su posición de incrédulo hasta que se presente la evidencia que demuestre lo contrario a la muerte de Cristo. Hasta que no vea las heridas en sus manos y toque esas heridas, no creeré. Hasta que Cristo no me muestre su costado abierto por una lanza y yo meta mi mano en el mismo, no creeré. ¿Qué diferencia hay entre Tomás y nosotros, hermanos? ¿Podemos decir que podemos creer sin ver? ¿O necesitamos ver para creer? ¿Necesitamos también poner nuestro dedo en sus heridas y su costado para creer lo que nuestro Señor espera que aceptemos por fe? ¿Que la muerte ya no tiene poder sobre él?

¿Cuál es nuestro caso? ¿Vemos para creer o creemos para ver? Nos dice la Palabra en 2 Corintios 5 que mientras estamos en el cuerpo estamos ausentes del Señor, ya que por fe andamos y no por vista. Pero llegará un día en que no estaremos ausentes ya más. Mientras ese día llega, ¿ver para creer o creer para ver?

Cuando Cristo se le apareció la segunda vez a los discípulos, Tomás estaba presente en esa ocasión. Cristo continúa con su bendición de paz para sus discípulos. Nuevamente dice, “¡La paz sea con ustedes!” E inmediatamente le dice a Tomás, “¿tú quieres evidencia? Ven aquí y pon tu dedo. Ven aquí y mete tu mano.” Si queremos evidencia, Cristo esta dispuesto a dárnosla. Pero Cristo añade bendición a aquellos que ni exigen ni demandan evidencia de su resurrección para fundamentar su fe. Aquéllos para quienes creer para ver es la regla de vida y no ver para creer cuentan con la bendición de un Dios que es real y que no importa la cantidad de argumentos en contra de su resurrección se revela a los que lo aman y esperan en él en fe.

Tomás creyó, por supuesto, luego de haber recopilado la evidencia que necesitaba para creer y cumplir con sus exigencias. El testimonio de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, testimonio que se encuentra en la Palabra debe ser suficiente para nosotros como hijos e hijas de Dios. Tomás creyó luego de Cristo se le presentara y le dijera, “No seas incrédulo sino creyente.” Tomás respondió, “¡Señor mío y Dios mío!”

Nosotros hoy decimos lo mismo, “¡Señor mío y Dios mío!” ¿Pero lo decimos como Tomás luego de haber visto para creer o, como la mayoría de los cristianos a través de los siglos, luego de haber creído para ver?

En las palabras de Cristo hoy, “bienaventurados los que no vieron y creyeron.” Hermanos y hermanas, que en esta época de Pascua nuestra fe en Cristo se convenza aún más de lo que espera y se asegure aún más de lo que no ve. Amén.