10.4.08

¿Ver para creer?

2do domingo de Pascua 2008

En diversos tipos de investigaciones, la evidencia es imprescindible. En sentido general, evidencia significa cualquier cosa que es usada para determinar o demostrar la verdad de una afirmación. En investigaciones científicas, el científico acumula evidencia a través de observar fenómenos que ocurren en el mundo natural o en experimentos en el laboratorio. Por lo general, la evidencia en las investigaciones científicas va dirigida a apoyar o rechazar una hipótesis (wkpd).

En investigaciones criminales, a diferencia de probar o rechazar un punto abstracto o hipotético, la evidencia se recopila para determinar quién es el responsable de un acto criminal. El enfoque de la evidencia criminal es conectar esa evidencia física e informes de testigos a una persona específica (wkpd).

Hoy segundo domingo de Pascua, el Evangelio nos presenta un caso muy extraño, pero a la vez fascinante—la aparición de Jesucristo resucitado a sus discípulos.

Humanamente hablando, la muerte es el punto final de la vida terrenal de un hombre. Aun si se cree en la vida después de la muerte, como afirmamos los cristianos, no regresaremos a la vida sino hasta después que Cristo venga para juzgar a los vivos y a los muertos. Jesucristo violentó esa ley de muerte al levantarse de los muertos en tan sólo tres días.

La razón por la que sabemos de la resurrección de Jesucristo es porque hay evidencia que señala que ocurrió. En primer lugar, hay una tumba vacía. No se encontró en aquel entonces, y tampoco hoy, el cuerpo muerto de quien solía llamarse Jesús de Nazaret. Si la tumba donde pusieron al Mesias esta vacía, ¿en dónde entonces pusieron su cuerpo muerto luego de haberlo sacado de ahí? Hay muchas especulaciones y explicaciones para probar que Cristo nunca fue puesto en la tumba, pero estas son contrarias a lo que señalan los Evangelios. José de Arimatea y las mujeres que siguieron el cuerpo de Jesús hasta su sepultura evidencian que un entierro ocurrió.

Otra razón es que hay testimonios de personas que no solamente vieron a Jesús morir en la cruz sino que también lo vieron resucitado. Entre estas personas están, según Lucas 24, “María Magdalena, Juana, María la madre de Jacobo y las demás mujeres que las acompañaban.”

También está lo que se nos relata hoy: los discípulos también vieron a Cristo resucitado en más de una ocasión. Juan capítulo 20 relata lo siguiente,

Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó. —¡La paz sea con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. —¡La paz sea con ustedes! —repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.

La Biblia dice que los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada debido al miedo de los judíos. Los discípulos tenían temor de que la misma suerte que Cristo había corrido les pasaría a ellos también. Por tanto, no había manera de entrar a la casa en donde estaban a menos que alguien abriera desde adentro. En ese escenario aparece Cristo ante sus discípulos. ¡Imagínense qué sorpresa! No solamente fue una gran sorpresa, fue un gran susto el que se llevaron los discípulos. Era necesario que los discípulos vieran a su Señor resucitado de entre los muertos. Los discípulos pensaron que a Cristo también le había llegado su punto final con su muerte en la cruz, pero la presencia de Cristo entre ellos después de su muerte indicó que lo que Cristo había profetizado antes de su muerte había ocurrido. El Señor resucitó.

Al aparecerse, el Cristo resucitado saluda a los discípulos con su paz. La muerte es el ladrón número uno de la paz del hombre. Dios nos creó para tener paz con él, pero a causa del pecado estamos en guerra con Dios y el resultado de nuestra guerra con Dios es la muerte. Pero Cristo es el restaurador número uno de la paz del hombre. Cristo nos dice como le dijo a sus discípulos un día domingo luego de su resurrección, “¡La paz sea con ustedes!” Ese es un saludo reconfortante. Escuchar la voz del maestro luego de haber pensado que no volveríamos a escuchar su voz es en sí una resurrección de la fe y la esperanza que habían muerto en ellos con la sepultura del Señor.

Cristo nos saluda con su paz y en ese saludo está encerrado el regalo de su Espíritu Santo para los que lo aman. Cristo nos saluda con su paz y en ese saludo está encerrado su perdón para quienes creen que Dios lo levantó de los muertos.

La presencia corporal de Cristo resucitado entre sus discípulos es un evento transformador. Los discípulos no vieron una visión; vieron al Mesías con sus manos horadadas y su costado abierto. Vieron a aquél sobre quien la muerte ya no tenía poder. La tumba vacía y la aparición de Cristo a varios de sus discípulos son evidencia contundente de su resurrección.

Sin embargo, no todos los discípulos estaban presentes en ese momento de la aparición de Jesús. Uno de los discípulos llamado Tomás no se encontraba presente cuando Jesús se les apareció al resto.

La ausencia de Tomás durante la primera aparición de Jesús a la mayoría de sus discípulos reunidos representa la gran prueba de nuestra innata necesidad de ver para creer. Nuestra naturaleza pecaminosa nos hace incrédulos de nacimiento cuando el propósito de Dios siempre fue que reconociéramos que él es Dios y que la fe en la resurrección de su Hijo nos hace aptos para recibir su reino.

Al escuchar el testimonio de sus compañeros discípulos acerca de la resurrección del Señor, Tomás se niega a creer que ha sido cierto lo que ellos dicen. En lo que a él respecta, el caso de Cristo es un caso cerrado. No hay evidencia que apoye la resurrección de Cristo. El vio con sus propios ojos como murió el Señor. El vio con sus propios ojos como fue bajado de la cruz. El sabía que Cristo fue puesto en una tumba con una gran roca a la entrada. Al parecer, él estaba convencido de que nadie que hubiese sido puesto en un sepulcro con una gran piedra como la que fue puesta en el sepulcro de Cristo iba a poder salir de ahí. Tomás sabía que nadie que hubiese sido puesto en un lugar para muertos iba a despojarse del peso de la muerte de sobre sí.

Tomás no creyó a las palabras de sus compañeros cuando estos le dijeron,

“¡Hemos visto al Señor!” Piensen, hermanos en qué testimonio más impactante para alguien que ha perdido la fe y la esperanza en lo que Jesucristo había dicho antes de su muerte—que se levantaría de los muertos. Debido a que su caso en contra de la resurrección de Cristo es al parecer sólido a sus propios ojos, Tomás recurre a exigir aún más evidencia para que se le pruebe lo contrario, que Cristo vive.

La Biblia dice en la carta a los hebreos que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:6) Tomás es ese discípulo al que se le presentó la oportunidad de ejercer esa fe y esa esperanza, esa certeza de lo esperado y esa seguridad de lo no visto. Pero Tomás desaprovechó la oportunidad que se le daba al preferir ver para creer. Tomas es ese discípulo al que Dios pone en una posición privilegiada de poder creer sin haber visto, pero su incredulidad saca el mejor partido de él y prefiere ver para creer en vez de creer sin haber visto.

Ante el testimonio de sus hermanos discípulos, Tomás se reafirma en su posición de incrédulo hasta que se presente la evidencia que demuestre lo contrario a la muerte de Cristo. Hasta que no vea las heridas en sus manos y toque esas heridas, no creeré. Hasta que Cristo no me muestre su costado abierto por una lanza y yo meta mi mano en el mismo, no creeré. ¿Qué diferencia hay entre Tomás y nosotros, hermanos? ¿Podemos decir que podemos creer sin ver? ¿O necesitamos ver para creer? ¿Necesitamos también poner nuestro dedo en sus heridas y su costado para creer lo que nuestro Señor espera que aceptemos por fe? ¿Que la muerte ya no tiene poder sobre él?

¿Cuál es nuestro caso? ¿Vemos para creer o creemos para ver? Nos dice la Palabra en 2 Corintios 5 que mientras estamos en el cuerpo estamos ausentes del Señor, ya que por fe andamos y no por vista. Pero llegará un día en que no estaremos ausentes ya más. Mientras ese día llega, ¿ver para creer o creer para ver?

Cuando Cristo se le apareció la segunda vez a los discípulos, Tomás estaba presente en esa ocasión. Cristo continúa con su bendición de paz para sus discípulos. Nuevamente dice, “¡La paz sea con ustedes!” E inmediatamente le dice a Tomás, “¿tú quieres evidencia? Ven aquí y pon tu dedo. Ven aquí y mete tu mano.” Si queremos evidencia, Cristo esta dispuesto a dárnosla. Pero Cristo añade bendición a aquellos que ni exigen ni demandan evidencia de su resurrección para fundamentar su fe. Aquéllos para quienes creer para ver es la regla de vida y no ver para creer cuentan con la bendición de un Dios que es real y que no importa la cantidad de argumentos en contra de su resurrección se revela a los que lo aman y esperan en él en fe.

Tomás creyó, por supuesto, luego de haber recopilado la evidencia que necesitaba para creer y cumplir con sus exigencias. El testimonio de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, testimonio que se encuentra en la Palabra debe ser suficiente para nosotros como hijos e hijas de Dios. Tomás creyó luego de Cristo se le presentara y le dijera, “No seas incrédulo sino creyente.” Tomás respondió, “¡Señor mío y Dios mío!”

Nosotros hoy decimos lo mismo, “¡Señor mío y Dios mío!” ¿Pero lo decimos como Tomás luego de haber visto para creer o, como la mayoría de los cristianos a través de los siglos, luego de haber creído para ver?

En las palabras de Cristo hoy, “bienaventurados los que no vieron y creyeron.” Hermanos y hermanas, que en esta época de Pascua nuestra fe en Cristo se convenza aún más de lo que espera y se asegure aún más de lo que no ve. Amén.

No hay comentarios.: