El paso lento de los 40 días de la Cuaresma ha llegado a su fin con esta mañana de Resurrección. Comenzamos la travesía hace 41 días con el Miércoles de Ceniza y su gráfico recordatorio sobre nuestras frentes - “Recuerda que polvo eres y al polvo volverás.” Somos efímeros, tenemos el tiempo contado y tarde o temprano ese tiempo se acabará. La Cuaresma comenzó dictándonos una sentencia de muerte. Esos cuarentas días que nos han traído hasta hoy son más que suficientes para meditar y reflexionar en nuestra condición de pecadores en necesidad de salvación.
Le agradezco a Dios la oportunidad que me da cada día de reconocer mi necesidad de él. En realidad, todos tenemos que hacer este esfuerzo diario de reconocimiento ante Dios de que apartados de él nos encontramos en un callejón con destino a la muerte. Sin embargo, también le agradezco la oportunidad anual que me da con la Cuaresma de dejar de mirar hacia afuera y comenzar a mirar hacia adentro de manera que no hallando vida en mí mismo pueda volver a mirar hacia afuera, donde se encuentra la cruz de Cristo y lo que representa para nosotros esta mañana.
Esta Cuaresma que acaba de terminar el día de ayer me ha acercado a la muerte tal vez como ninguna otra Cuaresma que he tratado de vivir conscientemente. Se preguntarán qué quiero decir con esto. En este tiempo cuaresmal tuve la oportunidad de participar de dos funerales en un plazo de cinco días. Temprano en el mes de marzo oficié el funeral de la mamá de un amigo mío. Doña Blanca Isidora Salinas hoy descansa en paz luego de haber vivido 93 años en esta tierra. Doña Blanca fue una amada y dedicada esposa, madre y mujer de negocios. Qué dicha lograr vivir noventa y tres años, 65 de los cuales fueron vividos junto a un esposo amado. Qué dicha lograr criar a tus hijos y ver crecer a tus nietos. Qué gran bendición lograr tocar a una innumerable cantidad de vidas con las que Blanquita Salinas, como la conocían cariñosamente, entró en contacto. No tiene precio poder vivir lo suficiente como para poder ver el fruto de tu trabajo a través del paso del tiempo y saber que ha valido la pena el mismo. Ojalá Dios nos de la dicha de llegar a vivir 90 años o más con el buen uso de nuestras facultades mentales y físicas.
No todos tienen esa dicha de vivir una larga vida, una vida que nos da la oportunidad de reflexionar en nuestros éxitos y fracasos, en nuestras alegrías y penas, nuestras altas y bajas, y de llegar a afrontar la hora de nuestra muerte sin remordimientos o lamentos, en paz con Dios y con los hombres. Aquí es donde puedo hablarles del otro funeral que también me acercó nuevamente a mi propia mortalidad con mayor fuerza cuatro días después del funeral de Doña Blanquita Salinas en esta Cuaresma pasada.
Samuelle Hope Lee fue la hija recién nacida de una pareja amiga de Aixa y mía. Luego de sus nueve meses de gestación en el vientre de su madre, Samuelle (con doble l y e al final) vivió por un lapso de 10 minutos una vez le cortaron el cordón umbilical. Esta niña vivió lo suficiente para que la pastora de mis amigos entrara a la habitación una vez naciera y pudiera bautizarla. Cuando su madre se enteró de las complicaciones que la niña sufría en su vientre comenzó a prepararse para lo que inevitablemente sería la corta vida de su hijita. Aun así, ella pensó en un momento durante su embarazo que podría llevarla a casa y aunque fuera por un poco de tiempo, tal vez unos dos o tres meses, disfrutaría de su hijita. Fue devastador escuchar las palabras del doctor que muy probablemente la niña no tendría ni siquiera una hora de vida luego de nacer.
A los que somos padres aquí, y aun a los que no lo son, no dejaría de desgarrarnos el corazón escuchar una historia como esta. Resulta sumamente doloroso, especialmente para una madre, llevar a su bebé en el vientre por nueve meses para luego verla morir en sus brazos unos minutos después de haber nacido. Samuelle Hope y sus padres estuvieron en nuestras oraciones antes y después de ella nacer. Recuerdo varias noches antes de acostarnos en que mis hijos y yo oramos por esta familia, por el consuelo y la fortaleza del Espíritu Santo para ellos. Aparte de eso nos resultó difícil saber como orar.
La mayoría de nosotros ya tenemos las dos fechas que demarcan nuestra existencia, aunque desconozcamos una de ellas. Conservo el boletín de los dos servicios funerarios en los que participé en un período de cinco días. Obviamente, el de Doña Blanquita Salinas tiene sus dos fechas, del 15 de mayo de 1921 al 14 de febrero de 2015.
El boletín funeral de Sammie, como la llamó cariñosamente su madre desde el vientre, tiene en la portada del mismo una foto de sus manos recién nacidas. Sobre la foto se encuentra una sola fecha, el 27 de febrero de 2015. Una sola fecha para su nacimiento y esa misma fecha para su muerte. Samuelle Hope no tendrá la oportunidad de ser la adorada hija de excelentes padres. No tendrá la oportunidad de ser la hermanita querida de John Elijah. No se le caerán los dientes mientras crece, su mami no le podrá trenzar el pelo, su papi no podrá llevarla en sus hombros. No llorará, no reirá. No conocerá lo que es la alegría ni lo que es el dolor. Tal vez algunos puedan pensar que su caso fue mejor así, no tener que pasar por el dolor de la vida. Pero, mis queridos hermanos, eso no es consuelo alguno para sus padres.
La muerte, llegue a los 93 años o a los 10 minutos de haber nacido, no deja de ser un golpe fuerte, un misterio doloroso. Mi amigo Harry sabía que la muerte de su madre se aproximaba a sus 93 años. Mis amigos Jong y Elizabeth sabían que la muerte de su hijita se aproximaba feroz y velozmente aún antes de nacer. Ambas, la anciana y la recién nacida, estaban condenadas a muerte. La edad no hizo ninguna diferencia. El resultado fue el mismo. “Recuerda que polvo eres y al polvo volverás”, comenzó diciéndonos la Cuaresma. Por eso fue que les dije que esta Cuaresma me ha acercado a la muerte tal vez como ninguna otra.
Hoy nos enfrentamos a un hombre que también estuvo condenado a morir no porque naciera e inevitablemente tuviera que morir cierto tiempo después, sino porque lo acusaron falsamente y lo condenaron injustamente. Aunque no es posible hacerlo al cien por ciento, tal vez podamos entender la llegada de la muerte luego de una larga vida, digamos a los 93 años de edad. Aunque es más duro de entender, posiblemente podemos procesar la muerte de una niña recién nacida que viviera tan sólo 10 minutos. Pero, ¿cómo nos explicamos la muerte de un hombre inocente provocada por un subterfugio, una conspiración y una traición?
Vimos a Jesús ser recibido como Rey apenas hace siete días. Escuchamos a la multitud gritar,
¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas! Marcos 11:9-10
Más que una alabanza, estos gritos son una admisión de nuestra necesidad de salvación y un ruego de auxilio porque si estuviéramos en la Palestina de Jesus estaríamos rodeados por el poder opresivo de Roma, pero no estamos en la Palestina del Imperio Romano. Sin embargo, seguimos rodeados por algo mucho peor que Roma. Estamos rodeados por nuestras ansiedades, nuestras enfermedades, estamos rodeados por nuestras presiones, nuestras angustias, nuestros dolores, nuestra desesperanza y todo parece estar en contra nuestra. Lo que es peor y la razón principal por la que nosotros gritamos “¡Hosanna!” - ¡Sálvanos hoy, ahora; sálvanos ya! - es porque estamos rodeados de muerte. Jesús tiene que entrar a Jerusalén y nosotros no tenemos más remedio que gritar “¡Hosanna!” “Sálvanos ahora!”
Les pido que me acompañen a la página 635 de sus Biblias. En esa página tenemos el Salmo 118 que hemos leído hoy. Alguien que por favor lea con voz fuerte el versículo 25 al final de la página. Y ahora el 26. Y ahora el 27.
Señor, ¡danos la salvación! Señor, ¡concédenos la victoria! Bendito el que viene en el nombre del Señor. Desde la casa del Señor los bendecimos. El Señor es Dios y nos ilumina. Únanse a la procesión portando ramas en la mano hasta los cuernos del altar. Sal. 118:25-27
Esto es exactamente lo que nosotros aquí presentes gritamos hace siete días. La multitud en Jerusalén no es la única del Domingo de Ramos mientras Jesús entra la ciudad. Nosotros también entramos con ellos y con Cristo Jesús rogando salvación.
Este Salmo describe detalladamente parte de las acciones que hicimos hace siete días. “Únanse a la procesión portando ramas en la mano hasta los cuernos del altar.” Ese altar del que se nos habla en este pasaje se refiere al altar del sacrificio en el atrio del Templo, el altar en donde se ofrecían los corderos por la expiación del pecado del pueblo. Sin estos sacrificios de sangre no había perdón de pecados para el pueblo. El pasaje dice “portando ramas en la mano hasta los cuernos del altar”. ¿Qué significa esto? Lo que eso en realidad quiere decir es que la procesión, la gente, lleva su ofrenda, un cordero o una cabra, atada de una soga hasta el altar del sacrificio en donde era amarrada en los cuernos del altar para ser sacrificada. Una vez sacrificada, se quemaba como ofrenda por el pecado en el altar.
Así que tenemos a Cristo, a quien Juan en su evangelio describe como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, entrando a Jerusalén en ruta hacia el Templo donde se encuentra el altar del sacrificio. Jerusalén no lo sabía. Todo Israel no lo sabía, pero se encontraba ante ellos el sacrificio perfecto por el pecado no sólo de Israel sino del mundo entero. De manera que contemplamos a Jesús unos días después de su entrada triunfal, en Viernes Santo, siendo colgado de un madero como se colgaban los sacrificios a los cuernos del altar. Jesús que escucha nuestros “¡Hosannas!” viene en nuestro auxilio, porque más que estar rodeados por un poder militar, estamos rodeados por nuestro pecado y la muerte.
Señor, ¡danos la salvación! Señor, ¡concédenos la victoria! Salmo 118:25
Queremos el poder y la victoria sobre la muerte, pero no podemos lograrlos por nosotros mismos. Cristo tiene que pagar el precio de esa salvación. El costo de esa victoria es su propia vida. Así que Cristo muere uniéndose a todos los demás que han muerto. Cristo muere como murió Doña Blanquita con sus 93 años de edad, pero Cristo también muere como murió Sammie con sus 10 minutos de vida. Cristo, a pesar de que su muerte fue esencialmente diferente (muy importante), muere como moriremos tú y yo. Pero para que la muerte de Cristo nos dé la victoria, para que la muerte de Cristo nos traiga la salvación que le rogamos y que tanto necesitamos, tiene que haber una diferencia entre su muerte y nuestra muerte. Porque si no hay diferencia entonces no hay salvación. Si Cristo sólo murió como los demás que mueren entonces no podemos reclamar ninguna victoria sobre la muerte. La muerte sólo produce muerte. Hace un par de días leí un mensaje de un amigo en facebook que decía en referencia a los que toman estos días santos como ocasión para irse a tomar, “En Semana Santa, maneje con responsabilidad. Usted no va a resucitar el domingo.”
¿Cuál es entonces la diferencia entre la muerte de Cristo y la nuestra? La diferencia la marcan los dos días seguidos a su crucifixión. La diferencia la experimentamos y vivimos al llegar a este día. La diferencia radica en que tanto la cruz como la tumba están vacías. No hay un cuerpo muerto ya en la cruz, pero tampoco hay un cadáver en la tumba. Llegamos al día que marca la diferencia entre la muerte de Cristo y todas las demás.
Así es como nos lo narra el evangelio que leímos hoy, Marcos 16:1-5,
Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé compraron especias aromáticas para ir a ungir el cuerpo de Jesús.
En el Viernes Santo a Jesús lo bajaron de prisa de la cruz una vez murió y lo prepararon igualmente a la prisa para su entierro envolviéndolo con vendas y un sudario. Estas mujeres regresaban a la tumba porque querían completar el proceso de preparar el cuerpo muerto de Jesús para la sepultura. El evangelio continua diciendo,
Muy de mañana el primer día de la semana, apenas salido el sol, se dirigieron al sepulcro. Iban diciéndose unas a otras: «¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?» Pues la piedra era muy grande.
En otras palabras, estas mujeres esperaban ver lo que esperaríamos ver tú y yo, una tumba tapada con una gran piedra y dentro de la misma no podríamos imaginarnos otra cosa que al cadáver de nuestro Señor Jesucristo. Nada más y nada menos. Ellas presenciaron la muerte de Cristo.¿Qué más había de esperarse si “la piedra era muy grande”? Sigamos leyendo lo que el evangelio nos narra,
Pero al fijarse bien, se dieron cuenta de que estaba corrida. Al entrar en el sepulcro vieron a un joven vestido con un manto blanco, sentado a la derecha, y se asustaron. No se asusten —les dijo—. Ustedes buscan a Jesús el nazareno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron.
A veces tenemos que mirar dos veces, hermanos, tenemos que fijarnos bien porque la realidad no es lo que nuestros ojos muchas veces esperan ver. Nuestra imaginación y nuestra visión están moldeadas por nuestra mortalidad, pero a pesar del recuerdo continuo de que somos polvo y al polvo volveremos, hemos llegado a este día, Domingo de Pascua de Resurrección, en donde lo extraordinario e inimaginable ocurre… vemos la gran piedra de nuestra muerte removida y vemos la tumba de Cristo vacía porque él vino a escuchar nuestros gritos de “¡Hosanna!” “¡Sálvanos ahora!” “¡Sálvanos hoy!” “¡Danos la victoria contra la muerte!” Nuestra redención se ha completado. Consumado es.
La tumba está vacía, mis queridos hermanos. En las palabras del angel, “¡Ha resucitado! No esta aquí. Miren el lugar donde lo pusieron.” Busquemos a Cristo en cualquier esquina o lugar de esa tumba y lo haremos en vano. No esta ahí. Busquemos a Cristo en la cruz y lo haremos en vano. No esta ahí. Busquemos en cualquier otro lugar de muerte y no lo encontraremos porque Cristo resucitó. La muerte ya no tiene nada que ver con él.
Con su victoria sobre la muerte Cristo no sólo ha redimido nuestras almas y nuestros cuerpos, Cristo ha redimido nuestra imaginación dándonos los ojos de la fe para verlo vivo y victorioso. A pesar que aún llevamos en nuestros cuerpos físicos un continuo recordatorio de nuestra mortalidad ya no tenemos que temer a esa gran piedra. Cristo la despojó de su peso tanto así que yo tengo una visión que es sólo posible tener porque Cristo se levantó de entre los muertos. Espero que un día no muy lejano Sammie, quien partiera a morar con nuestro Señor a los 10 minutos de nacida se encontrará en los brazos de Doña Blanquita que partió a morar con el Señor a sus 93 años de edad y ambas estarán siendo abrazadas por nuestro Cristo resucitado. Pronto llegará un día, en el que los más viejos y los más jóvenes dirán como dice el profeta Isaías en la primera lectura para hoy,
¡Sí, éste es nuestro Dios; en él confiamos, y él nos salvó! ¡Éste es el Señor, en él hemos confiado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación! Isaías 25:9
¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado! ¡Es verdad, Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen.
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