15.8.04

Haz esto y vivirás

(Homilía predicada en San Juan de Puerto Rico en la Misión Anglicana de la Resurrección de Jesucristo que pastorea el Rev. Dr. Dennis París. Domingo, 11 de julio de 2004; 6to Domingo después de Pentecostés.)

Nuestra realidad espiritual es tal que con frecuencia divagamos entre lo que sabemos que debemos (y tenemos) que hacer y el hacerlo. Es la lucha en nuestro ser de la que habla San Pablo a los romanos: querer hacer la voluntad de Dios y no poder hacerla, y no querer hacer la voluntad de la carne y ceder a ésta fácilmente. Aunque esta lucha es real y no debemos subestimarla a menudo es una buena excusa para la inacción; inacción que nos coarta de dar los frutos que Dios de muy antemano ha preparado para que diésemos. Las lecturas para hoy, el 6to domingo después de Pentecostés, ilustra esta separación entre la acción y la inacción en hacer lo Dios nos requiere.

Con el complejo de superioridad característico de muchos de los religiosos en tiempos de Jesús, en el evangelio para hoy un religioso más se acerca a Jesús con la siguiente pregunta, “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” Esta hubiese sido una pregunta completamente válida si nuestro hermano fariseo hubiese sido honesto al preguntar. Sin embargo, el pasaje nos dice que el fariseo tenía la intención de “probar” a Jesús, que no es otra cosa sino tentarlo, tenderle una trampa. Cabe decir que la pregunta es completamente innecesaria porque nuestro hermano fariseo que dialoga con Jesús sabe qué hay que hacer para heredar la vida eterna. Él conoce la ley al derecho y al revés, y aún sabe que guardar los mandamientos de Dios encierran el secreto para obtener dicha vida.

Jesucristo, que muy bien sabía por dónde nuestro hermano fariseo venía, lo dirige precisamente a los mandamientos de Dios. El fariseo pensaba escuchar alguna revelación especial extra-escritural de parte de Jesús y así sorprenderlo en un error. El quería constatar que Cristo estaba al margen de las escrituras y por lo tanto sería catalogado como blasfemo.

“¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”, le pregunta Jesús con naturalidad y humildad. Jesucristo interpone una pregunta como respuesta porque no hay nada nuevo que ofrecer a los oídos del fariseo. No hay nuevas revelaciones especiales y tampoco hay nuevas recetas. Lo que escuchamos ayer como medio para alcanzar la vida eterna sigue siendo hoy el mismo medio resumido en las palabras del interlocutor de Cristo. Jesús hizo la pregunta adecuada para obtener la respuesta adecuada.

“El fariseo respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” Como bien lo expresa nuestro catecismo, la respuesta del fariseo refleja claramente nuestro deber hacia Dios primeramente y nuestro deber al prójimo. No había mejor respuesta para la pregunta que Cristo le hizo al fariseo. Era tan sencillo como que dos más dos son cuatro. Si nuestro hermano fariseo hubiese sido lo suficientemente humilde hubiese quedado satisfecho con su propia respuesta ya que Cristo le dijo, “Bien has respondido; haz ésto, y vivirás.” ¿Necesitamos algo más cuando Cristo nos reitera el “secreto” de la salvación eterna? No. Pero nuestro amigo fariseo (creo que a estas alturas es conveniente dejar de llamarlo hermano) cree lo contrario y comete el peor error que jamás haya cometido. Insiste en continuar tentando a Cristo justificándose con otra pregunta aún más insignificante que la primera. “¿Y quién es mi prójimo?”, preguntó el fariseo. ¿Y yo me pregunto si acaso se supone que los religiosos desconozcamos quién es nuestro prójimo? ¿Acaso se supone que aquellos a quienes Dios ha querido acercarse y revelar sus evangelio de misericordia y amor al prójimo lo manipulen, lo tergiversen y lo compliquen? ¿Qué establezcamos categorías falsas donde se supone que reine la pura y sencilla verdad de la cruz de Cristo en beneficio nuestro?

El razonamiento del fariseo, descrito en el evangelio como “interprete de la ley” es el resultado de quien ha llegado a dominar la teoría pero está bien lejos de lograr la práctica. Este fariseo, que no tiene la menor idea de que habla con el Dios encarnado, es una bendición para nosotros en esta mañana. Mientras él cree que logrará su objetivo con sus preguntas, le abre la puerta a Cristo para que nos presente una de las mayores enseñanzas del evangelio, “Misericordia quiero y no sacrificio.”

Creo que nuestro Señor miró sin pestañear a los ojos de este fariseo mientras le relataba la parábola del buen samaritano, como queriendo decirle “tú te lo buscaste”.

La parábola del Buen Samaritano presenta cinco personajes de los cuales los ladrones forman uno colectivo. El hombre que es atacado, el sacerdote, el levita y el samaritano son los restantes cuatro. En la travesía de Jerusalén a Jericó en el relato podemos concluir que una vez el hombre es atacado y dejado por muerto en el camino, desciende tras él un sacerdote que sin duda acaba de oficiar en el templo la adoración y los sacrificios a Dios que la ley de Moisés exigía. Descendía de Jerusalén, no se dirigía hacia ella. Su oficio había concluido.

El sacerdote, símbolo del liderato, la santidad y representante de Dios ante el pueblo judío, sigue de largo al ver al moribundo. Obviamente, el concepto “prójimo” es inexistente para él. El siguiente personaje, un levita, cuya clase vivía en el templo y trabaja en el templo, no hace nada distinto a lo que hizo su antecesor en el camino, “pasó de largo”. Esta apatía espiritual de parte de los religiosos de una nación para la cual la religión es lo que la política es para nosotros los puertorriqueños, no deja de sorprendernos. Se puede ser bien religioso y estar bien muerto a la vez.

Si es sorprendente encontrar insensibilidad espiritual en aquéllos de quienes se espera que la espiritualidad y misericordia reinen como virtudes constantes, más sorprendente resulta que la misericordia surgiera de quien culturalmente hablando se suponía que fuese enemigo a muerte de aquel hombre moribundo. Un samaritano, que era considerado como un perro por los judíos, fue el que con sus hechos cumplió la ley de Dios que tiene como resultado la vida eterna. Este samaritano nos enseña que la misericordia de Dios no tiene límites y tampoco tiene agendas.
¿Quién es mi prójimo? ¿Los judíos solamente y nadie más? Eso es lo que pensaba intérprete de la ley que provocó de Jesús esta parábola. ¿Quién es mi prójimo? ¿Mi familia solamente y no los extraños?

En la parábola, el samaritano socorre a alguien en necesidad al grado de exponer su vida a la misma suerte de aquel a quien socorre. El camino a Jericó no dejó de ser peligroso porque el samaritano decidió ser misericordioso, pero en donde reinaba el peligro en primera instancia y la indiferencia en segunda, reinó la misericordia de Dios en última instancia.

¿Quién es tu prójimo? Nos pregunta Cristo en esta mañana de la misma manera que le preguntó al intérprete de la ley. La respuesta es sencilla, como todo el evangelio de Jesucristo es sencillo. No son sólo nuestros hermanos aquí en esta parroquia, hay muchos más a quienes la misericordia de Dios tiene que ser extendida allá afuera. ¿Porque saben qué? Es allá afuera donde yace el camino de Jerusalén a Jericó. Es allá afuera donde yacen los moribundos en el camino y es allá donde hay tantos religiosos que como en el tiempo de Cristo en la tierra pasaron de largo. ¿Quién es mi prójimo? La respuesta a esa pregunta conlleva la vida eterna o la perdición eterna. En cuanto a la misericordia de Dios se refiere no hay puntos medios, Dios quiere misericordia para nuestra sociedad que tanto la necesita. Es una respuesta que está a nuestro alcance.

Cristo le dijo la fariseo, “¿Quién pues de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” Nuestro amigo fariseo se halló en una calle sin salida, cuando pensaba él que lograría acorralar a Cristo semejantemente. ¿Cuándo no ha triunfado la misericordia de Cristo en medio nuestro? Aun cuando nos parece que estamos viendo lo contrario, que abundan los moribundos en el camino y no hay suficientes samaritanos que caminen por él, Cristo, como lo hizo con el fariseo arrogante del evangelio de hoy, nos dirige hacia su misericordia de manera que nosotros usemos de misericordia con nuestro prójimo sin distinciones.

Cristo enfatizó su respuesta al fariseo, luego de que este entendiera que la misericordia de Dios no tiene partidos ni razas ni agendas. Cristo le contestó al principio, “Bien has dicho. Haz ésto y vivirás”. Al final, le contestó, “Ve y haz tú lo mismo”. Cristo no deja espacios para excusas. Si aplicamos a nuestras vidas la parábola del buen samaritano, no podemos llegar a otra conclusión sino que nosotros fuimos los moribundos en el camino y Cristo fue ese buen samaritano que nos halló, curó nuestras heridas con vino y aceite, nos montó en su burro y nos trajo a la posada que es la iglesia, la ciudad de Dios. Si nosotros hemos sido bendecidos con el aceite santo, que representa al Espíritu Santo, y el vino, que representa la sangre de Cristo y de la que en breve participaremos para la salud de nuestras almas, no puede haber lugar en nosotros para la falsa dicotomía entre lo que sabemos que tenemos que hacer y el hacerlo. Cristo dijo, “Haz ésto y vivirás.” Sabemos lo que tenemos que hacer y con su gracia, y solamente mediante su gracia, lo haremos.

Cristo no nos exige un aumento de fe. Nuestra pequeña fe es colosal cuando va acompañada de la debida obediencia. En las palabras de Moisés en nuestra primera lección, escuchamos lo siguiente, “Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. 12 No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? 13 Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? 14 Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.” Cristo nos dice, “Haz ésto y vivirás”. Suena sencillo y lo es. Es imposible de lograr sin él y a través de su gracia que nos es comunicada mediante los sacramentos lo lograremos.

La colecta para el día de hoy nos ayuda en esta empresa de hacer lo que tenemos que hacer.

Oremos,
Oh Señor, atiende, en tu bondad, las súplicas de tu pueblo que clama a ti, y concede que podamos percibir y comprender lo que debemos hacer, y tengamos también la gracia y el poder para cumplirlo fielmente; por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amen.
cspellot2004

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