Terminé de "leer" (audiolibro) Los Pilares de la Tierra el mes pasado (diciembre 2009). Me sorprendieron muchas cosas de esta magnífica obra. El autor es indiscutiblemente un maestro, un experto en el género de la narrativa; domina como pocos el arte de contar historias.
Ken Follett, el autor de Pilares, es muy famoso por sus novelas de suspenso y espionaje. Con Pilares, Follett se tomó un gran riesgo al lanzarse como autor de una novela histórica. Nunca se había aventurado a hacer algo como esto y probó ser un riesgo que le ha valido su obra más famosa hasta el momento después de una larga carrera como autor de famosas novelas de suspenso y espionaje.
La trama de la novela tiene de todo lo imaginable, verdadero amor y verdadero odio, complicadas luchas de poder político que se fundamentan en nada más que la avaricia, un servicio genuino y abnegado a Dios a la par de un oportunismo religioso del más bajo nivel.
El narrador muestra de una manera muy real—lo que hace de esta obra de ficción histórica una obra genial—las luchas diarias de la gente común y corriente en una época donde los señores feudales tenían prácticamente poder absoluto. Ante ese poder se levanta la Iglesia, o mas bien sus representantes, que a menudo no antagonizan a ese poder sino que se alían al mismo.
Follett, un ateo por convicción, hace que en la pugna entre el poder político en manos de una realeza ávida de acaudalar cada vez más y el poder religioso representado por el Padre Phillip y su orden de monjes franciscanos, salga vencedora nada más y nada menos que Dios, la Iglesia Católica y el bien común.
La novela está tan bien construida que es posible palpar la mano providencial de Dios en los eventos que transcurren en un período de alrededor de 50 años o más. Uno de los personajes principales de la novela lo es la misma Catedral de Kingsbridge, a la que alude el título de la obra, Los Pilares de la Tierra. ¿Quién hubiera pensado que en la Inglaterra de la Edad Media construir una catedral resultaría una empresa tan política como religiosa? Dependiendo de quien estuviera en el poder, la catedral sería un instrumento de poder político al servicio de la realeza o un instrumento de poder religioso al servicio de Dios y el pueblo.
El desarrollo de los personajes es encomiable. Sus sufrimientos y alegrías son tan reales que se nos hace demasiado fácil identificarnos con ellos. Se les puede ver claramente sobreviviendo en medio de sus situaciones cotidianas en esa lucha humana que une a una generación tras otra sin importar nuestro lugar de origen.
Una vez comienzan todos esos personajes, tanto protagonistas como antagonistas, a desfilar frente a nosotros nos resulta difícil desligarnos de ellos. Llegamos a odiarlos y a amarlos según su rol en la novela, y sobretodo, y aquí el autor tiene gran mérito, permanecen con nosotros en nuestra memoria por largo tiempo una vez nuestros ojos, pero no nuestra mente, llegan al punto final de la obra.